Manuel Pérez Montiel
Universitat Politècnica de València
Es sorprendente la coincidencia de casi todos los sectores sociales de este país en relación con el territorio: todos piensan que su estado es malo, que se ha gestionado mal y que hay que intervenir drásticamente sobre él, aunque por razones bastante diferentes.
Desde la derecha, se afirma y defiende que faltan trasvases gigantescos, centenares de campos de golf, miles de apartamentos en las playas, urbanizaciones en las montañas y rascacielos en las ciudades, etc. Y que eso de los parques naturales son bobadas. Es su forma de decir que el territorio está mal gestionado.
En los otros lados del espectro, se habla de hacinamiento urbano, de playas sobresaturadas, de agua potable –que no es potable-, de basuras urbanas paseadas por diversos pueblos antes de ser depositadas en lugares inverosímiles para que fermenten lentamente al aire libre, de especulación urbanística sin freno, de explotación desaforada del territorio. Es la forma de expresarse de otro sector de la sociedad que creo es el más numeroso.
En fin, si todos están de acuerdo en que nuestro territorio no está bien gestionado y se encuentra en unas condiciones lamentables, cabe preguntarse como hemos llegado hasta aquí.
La respuesta convencional es la coincidencia de ambición privaday de de incompetencia pública. La ambición privada ha llevado a convertir la especulación sobre el territorio en una de las artes más depuradas. La incompetencia pública ha producido planes y actuaciones territoriales inverosímiles, grotescas e inoportunas. Claro que la presencia simultanea de ambición privada e incompetencia pública suelen generar corrupción. Pero de todo esto saben ustedes más que yo y no vale la pena insistir sobre cosa tan sabida y sobada.
Podemos hablar de un factor oculto –y no porque nadie lo esconda- que ha tenido tanto peso sobre la transformación negativa de nuestro territorio como la ambición privada y la incompetencia pública. Me refiero a la estructura formal sobre la que se apoya la gestión sobre el territorio.
Para empezar está la división municipal del territorio y los poderes prácticamente exclusivos que cada municipio tiene sobre su propio territorio. Para muchas actuaciones urbanísticas, cada ayuntamiento opera con una autonomía y capacidad de decisión que sólo esta limitada por la imaginación de sus ediles y por las ambiciones de los urbanizadores. Y ello con completa independencia, autonomía e ignorancia de lo que proyecten los municipios vecinos. Con lo cual las decisiones y proyectos de un municipio pueden darse de bofetadas con los de sus vecinos. Cada municipio tiende a comportarse como un reino de taifas independiente. La coordinación de planes, esfuerzos, proyectos, acciones... entre municipios es difícil y poco practicada. En realidad es inexistente, utópica. Es más, si alguna acción o intervención puede afectar negativamente a los municipios vecinos, pues que se le va a hacer... Aquí parece seguirse el dicho antiguo de que “la gallina de dalt, caga a la de baix”.
En segundo lugar, las instituciones políticas de un nivel espacial más amplio–provincial o regional- suelen caracterizarse por una muy limitada capacidad de coordinación entre cada una de ellas. Es más, en ocasiones se comportan como si no quisiesen coordinarse. Quizás el paradigma de esta situación de confusión, descoordinación, independencia y autonomía mal entendidas sea la lamentable historia del Consell Metropolita de l'Horta, en el que según tengo entendido, se hicieron verdaderos esfuerzos por coordinar las intervenciones municipales y sectoriales. No pudo ser. De hecho, parece extremadamente difícil que varias Direcciones Generales de la Generalidad actúen de modo conjunto y coordinado sobre una fracción concreta del territorio.
El fraccionamiento administrativo municipal y la no coordinación espacial de las actuaciones de las administraciones produce, por sí misma, ineficacia, despilfarro y, en definitiva, la mala gestión del territorio, el desgobierno o el mal gobierno territorial.
Vista la situación de nuestro territorio y su probable evolución, no sé si hay que lamentarse por el lamentable estado de muchas sus partes, sobre todo las áreas urbanas y peri urbanas, o si hay que congratularse de que no esté peor dadas las posibilidades para mal gestionar el territorio que tienen ediles, políticos, directores generales, empresarios, propietarios de suelos presuntamente urbanizables, especuladores urbanos, semi urbanos y rústicos, particulares que construyen chalets y casitas donde les apetece, perforadores de pozos alegales, plantadores de naranjos en cualquier montaña, aterradores de marjales, domingueros que confunden el monte publico con parcelas manifiestamente destrozables... La gente en general y, en particular, la gente que gana dinero destrozando el territorio no han agotado su capacidad de destrucción. Por ello no sé si asombrarme de que las cosas no estén peor.
En todo caso, mientras la estructura en la que se basa la gestión del territorio sea la actual, caracterizada por un poder municipal casi omnímodo y por una fragmentación e incomunicación entre quienes toman decisiones sobre el territorio, la situación no cambiará mucho. Y la incompetencia y la ambición seguirán haciendo su camino: destrozando el territorio.
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