Pura Duart
Profesora de Sociología. Universitat de València
El furor aplicador ciego es tan peligroso como la prohibición estricta. La humanidad entera debe decidir racionalmente lo que debe o no debe hacerse, lo que se puede permitir y lo que debe prohibirse. Precisamente aquí reside, para mí, el mayor problema no resuelto que nos ocupará en el siglo XXI. Manfred Eigen (bioquímico del instituto Max Planck)
Hay distintas formas de nombrar. Para tratar de comprender la vida, hay quienes dicen que la complejidad de una rana es mayor que la de una estrella; que los seres vivos son fruto de la evolución de asociaciones, cooperaciones, entre otros seres; o que la unidad mínima a considerar es el organismo en un entorno. Otros, sin embargo, dicen que la supervivencia es una cuestión de competencia; que los actuales seres vivos son consecuencia de sucesivas luchas adaptativas; o que sus partes constituyentes son las moléculas inanimadas.
Esta segunda forma de hablar de la vida opera repitiendo siempre la misma consigna: divide y vencerás . Hoy tenemos razones suficientes para pensar que, si la unidad sistémica -organismo en un entorno- no es respetada, se desemboca en un enfrentamiento ser humano/entorno, y, si se dispone de una tecnología eficaz, se pueden producir errores fatales. Destacaremos algunos: vivimos dentro de una frontera en infinita expansión; el determinismo económico es de sentido común; la tecnología se encargará de arreglarlo todo. En el fondo de estos malentendidos hay una versión tergiversada del darwinismo: que la evolución no es más que la historia de cómo los individuos más fuertes se adaptan y dominan el ambiente -y l@s humanos son las criaturas que mejores “trucos” conocen-. Todo un mito.
La forma de vivir es condición de la forma de morir. En los países hiperdesarrollados se están produciendo efectos sobre la vida desconocidos en sociedades anteriores. Veamos un ejemplo: las alergias. Sabemos que la cantidad de casos está aumentando y que, siendo un trastorno que tiende a empeorar con el tiempo, es alarmante el crecimiento de las alergias infantiles. Uno de cada cuatro niños alérgicos padece asma y, según la OMS, parece probado que es una enfermedad que sufren mucho menos quienes conviven con animales. También sabemos que su extensión está relacionada con la contaminación atmosférica, que se agrava cuando se respira el aire de los circuitos cerrados de refrigeración artificial.
El tratamiento convencional de las alergias suele consistir en la medicalización, en ocasiones imprescindible, de los sujetos. En general, se intentan prevenir eliminando ‘los agentes patógenos' a golpe de aislamiento y de limpieza. Es indudable que este tipo de dolencias está relacionado con los desarreglos del sistema inmunológico humano. También sabemos que el uso y abuso de determinadas substancias contenidas en los detergentes y demás tecnologías de la limpieza está trastornando el funcionamiento hormonal de los seres vivos, y, con ello, el de sus sistemas inmunológicos. Sin embargo, al no observar el problema en su totalidad, suele actuarse de manera contraproducente: el exceso de limpieza (tóxica, por otro lado), destruye la capacidad para la autoinmunización de los individuos y de la especie (hay programas de investigación que están explorando los beneficios de inocular ‘alérgenos', como sus propias heces, a los pacientes).
Un ejemplo más cercano. En la Comunidad Valenciana, un número creciente de personas enferma o muere a consecuencia de la infección llamada ‘legionelosis'. Considerando todo el proceso se advierte con claridad que el origen del daño no es sólo de la legionella, una bacteria común en el agua estancada y que, en proporciones ‘normales', no supone ningún riesgo. Sabemos que la proliferación peligrosa de bacterias se produce porque las condiciones del medio en que se desenvuelven están siendo alteradas por algunas tecnologías. La instalación masiva de procedimientos de refrigeración se ha hecho sin considerar los efectos combinados de varios factores, como la circulación cerrada de las aguas, la temperatura y la diseminación por la ventilación, el efecto aerosol. Además, también sabemos que ciertos remedios que están aplicando algunas empresas oportunistas, como el lavado de las tuberías mediante productos desinfectantes, tienen efectos tóxicos más perniciosos que la legionella.
Está bien demostrado que la tecnología empleada para ‘acondicionar' el aire, tiene un alto coste: a gran escala, contribuye al desequilibrio térmico global, el efecto invernadero; a pequeña escala, crea la necesidad creciente de su propio uso, puesto que, cuanto mayor es el número de artefactos en funcionamiento, más inhabitable se hace el entorno (a más frío hacia dentro, más calor hacia fuera); consume una gran cantidad de energía difícil de producir, en especial la eléctrica; y enferma, cuando no mata.
La técnica está produciendo objetos de dimensiones inmanejables, como las armas para las ‘guerras de las galaxias' o los residuos no reciclables. Pero está prohibido saber acerca del poder de estos objetos y su destino, así como está censurado pensar acerca de la impotencia de los sujetos.
La sustitución del valor de supervivencia a largo plazo -la cooperación- por un valor de supervivencia (parcial) a corto plazo -la competición- es un modelo de explotación patológica. El desarrollo único del capitalismo de consumo ha generalizado y acelerado esta forma de explotación. Sobrepasados ciertos umbrales, las instituciones de los grandes sistemas industriales producen lo contrario de lo que se espera de ellas. Es ‘la traición de la opulencia'.
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