María Diago
Biòloga i Consultora Ambiental
La biodiversidad –o simplemente diversidad-, es un concepto que ha entrado a formar parte del lenguaje cotidiano gracias a los medios de comunicación cuando informan sobre aspectos relacionados con el medio ambiente. Así, la población en general conoce de una manera más o menos aproximada su significado, pero ¿se define con precisión? Si se preguntara sobre cuál es la trascendencia de la diversidad biológica y cómo depende de ella nuestro sistema de producción-consumo, ¿sabríamos responder? ¿Qué consecuencias tendría una pérdida significativa de la biodiversidad?
En una primera aproximación, se define como la variabilidad de organismos vivos que existen en la biosfera. Esta multiplicidad de especies, ya sean vegetales o animales, que pueblan los espacios terrestre, aéreo y marino recibe el nombre de diversidad interespecífica, siendo su número y la proporción relativa que guardan entre sí lo que configura la riqueza de los ecosistemas. Si realizamos un examen más detallado, podremos observar que dentro de una misma especie sus individuos no son iguales entre ellos mostrando variaciones morfológicas apreciables; en este caso nos encontramos frente a la diversidad intraespecífica. Por último, si lo que tenemos en cuenta es la asociación de especies formando comunidades, de lo que estaremos hablando es de la diversidad sinespecífica.
Son los factores geomorfológicos y climáticos los que condicionan la aparición de estas diferencias entre las especies, los individuos que las integran y las comunidades que forman. La Comunidad Valenciana, un territorio alargado de unos 450 Km de longitud y una media de 100 Km de anchura, está formada por una llanura litoral y una cadena montañosa de interior. La llanura costera, lejos de formar un continuo de baja altura, está salpicada de hitos con una elevación relevante como son la Serra d'Irta, el Garbí, el Montgó o el Penyal d'Ifac, siendo la conjunción de su altitud, la cercanía al medio marino, el sustrato edafológico y las condiciones climáticas, lo que ha permitido que tengan una riqueza extraordinaria de especies animales y vegetales, siendo varias de ellas autóctonas. Los humedales, relictos dulceacuícolas antaño abundantes a lo largo de toda la costa, posibilitaron también el aumento espectacular del número de especies. Pero hay otra variable que influye en la biodiversidad de un lugar: su latitud. Justamente en donde se sitúa la Comunidad Valenciana es una de las zonas –al norte del Trópico de Cáncer-, donde se da los máximos de diversidad planetaria.
En nuestras tres provincias encontramos tal número de especies, que superan a las que se encuentran en toda Suecia (un 50% más de plantas vasculares), Finlandia (un 40% más de vertebrados), Irlanda (un 95% más de mamíferos), o Reino Unido (donde igualamos en avifauna), por citar sólo algunos ejemplos. Especies representativas son el fartet y el samaruc (peces ciprinodóntidos), el gallipato (anfibio endémico ibero-magrebí) o la gaviota de Audouin. Es lógico deducir, pues, que una merma de nuestro capital natural implica una pérdida significativa de biodiversidad.
Respondiendo a la segunda cuestión planteada al principio de este artículo, podemos citar varios casos demostrativos. Hoy por hoy todavía la avifauna –el conjunto de especies de aves-, controla y elimina más insectos perjudiciales para la agricultura que la totalidad de productos fitosanitarios empleados. La capacidad de depuración que tienen los sistemas acuáticos –ríos, humedales- es gracias a la existencia de multitud de microorganismos diversos cuyo funcionamiento metabólico elimina sustancias contaminantes, siendo algunas de estas bacterias las que se emplean en las depuradoras de aguas residuales. También la degradación de la materia orgánica ocurre gracias a otros grupos de microorganismos específicos, a través de los cuales se obtiene el compost, tan necesario en suelos faltos de materia orgánica. Las comunidades vegetales de nuestros bosques contribuyen de un modo mucho más eficaz a la lucha contra la erosión y la colmatación de pantanos que todas las medidas ingenieriles realizadas, como es la construcción de muros. Y la investigación médica e industria farmacéutica se nutren de especies vegetales para la síntesis de nuevos productos. La interacción de todos los organismos vivos posibilitan la realización de todas estas funciones, la sostenibilidad medioambiental requiere de la biodiversidad; más aún, sin biodiversidad, la sostenibilidad ambiental no es posible.
La última cuestión planteada tiene ahora su respuesta: los costes económicos asociados a todas estas funciones que de modo gratuito realiza el conjunto de fauna y flora de nuestra biota serían inasumibles caso de que dejaran de existir estas especies. Y en la Comunidad Valenciana empezamos a tener una situación preocupante en este sentido, pues la degradación continuada de los bosques (otro verano más con incendios) unida a la ocupación masiva del litoral (durante su periodo en la Agencia Europea de Medio Ambiente, Domingo Jiménez Beltrán citó como ejemplo de crecimiento urbanístico absolutamente desorbitado a nivel europeo al litoral levantino) no posibilita no ya el aumento de la biodiversidad, siempre deseable, sino ni siquiera su mantenimiento.
Sin embargo, la biodiversidad no sólo debería ser contemplada por su valor económico y por los beneficios que nos reporta, sino también por su propio valor intrínseco. En esta economía de mercado que nos mueve, el medio natural que nos rodea nos aporta humanidad, nos enriquece como individuos y como sociedad, y contribuye al mantenimiento de los valores culturales. Sería demasiado triste dejar que todo ello se perdiera, vivir en una sociedad en la que no se pudiera convivir junto a otras formas de vida, otras expresiones, sin emociones.
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