"No se trata tanto de disponer de una o varias técnicas, hoy en día, cuanto del problema nuevo, que realmente no ha existido en otras épocas, de si es correcto hacer todo lo factible , por así decirlo. Nuestro problema nuevo en cuestión de técnicas es ético." (Manuel Sacristán).
No hace mucho, los medios de comunicación se hacían eco del informe del Consejo de Seguridad Nuclear en el que constaban las múltiples irregularidades en el proceso de recarga de combustible de la central nuclear de Cofrentes. Reconozco que al leer la noticia no pude evitar pensar en Springfield, y la infumable nuclear en la que trabaja Homer Simpson. Pero esto, por desgracia, no se trata de una parodia, sino de un suceso importante que nos obliga a profundizar, una vez más, en el peliagudo asunto de la seguridad nuclear.
Inevitablemente, tras el 11-S la cultura de la seguridad presenta notables cambios. Por una parte, ha sufrido un grave quiebro: la seguridad de occidente, de sus instalaciones y sistemas de comunicación, se ha visto cuestionada por modelos de agresión muy básicos ante los cuales la tecnología no supone una defensa suficiente. En este nuevo contexto, sabemos que las instalaciones nucleares tampoco son inmunes a sabotajes. No queremos ni oir hablar de ello, porque la ignorancia parece preservarnos del temor, pero la coraza de la mayor parte de los reactores en funcionamiento tampoco resistirían un impacto de las dimensiones del atentado de Nueva York, y mucho menos las instalaciones periféricas esenciales para garantizar su correcto funcionamiento. La probabilidad de que algo así se repita es afortunadamente muy baja, pero sus consecuencias serían desastrosas. Tampoco parece que estas instalaciones estén especialmente bien vigiladas, según se desprende de la facilidad con que un grupo ecologista desplegó una pancarta sobre la cúpula de la central José Cabrera, precisamente para llamar la atención sobre los riesgos de seguridad de las nucleares.
Revisado ya el crucial e indeseable factor del sabotaje, cabe centrarnos en otro importante aspecto, el control social sobre el funcionamiento de instalaciones con tan alto nivel de riesgo. últimamente las compañías eléctricas propietarias están presionando para prolongar la vida productiva de las centrales nucleares más antiguas. En el caso de Zorita, una central con un largo historial de averías, paradas no programadas y todo tipo de arreglos, finalmente se ha llegado a un punto medio: continuar la producción hasta el 2006, en lugar del 2008 como pretendía la compañía que la explota. De los cinco miembros que componen el Consejo de Seguridad Nuclear, todos votaron a favor del cierre excepto su presidenta, María Teresa Estevan, que se abstuvo. La citada presidenta ha realizado múltiples declaraciones públicas proponiendo el fin de la moratoria nuclear vigente, y la prolongación de la vida de las centrales actualmente activas más allá del tiempo de explotación inicialmente previsto. Una profesional tan decididamente pronuclear no acaba de encajar con el perfil técnico, de neutralidad e independencia, que debe poseer un importante dirigente de un organismo como el CSN, precisamente para no crear inseguridad y alarma social. Es importante insistir en que el deseo de beneficio económico, o su incremento en el caso del alargamiento de la vida productiva de las nucleares, nunca puede ser un argumento a tener en cuenta si es a costa de una merma de la seguridad de la población. Aunque dicha merma sea estadísticamente leve, sigue siendo socialmente inaceptable. En ese mismo sentido, no parece que el incremento de potencia de la central de Cofrentes a un 110% sea algo que interese a la mayoría de la población, sólo a la compañía explotadora.
Pero procede ahondar algo más en el principio de seguridad. Hay tecnologías intrínsecamente inseguras, como la nuclear, que necesitan grandes inversiones en seguridad para prevenir su alto riesgo. Y otras intrínsecamente seguras, como la energía solar, cuyo único riesgo es un improbable tropiezo físico con alguno de los paneles en una azotea. La técnica, por mucho que evolucione, nunca garantizará la seguridad en instalaciones de alto riesgo, susceptibles de fallos humanos o de intervenciones exteriores. Desde el más simple principio de precaución, la lógica indica ir cambiando progresivamente hacia tecnologías consustancialmente seguras. Por último, cabe destacar que en la historia de la técnica, muchos inventos, hermosos y prometedores, fueron finalmente descartados por su alto riesgo o su escasa rentabilidad económica. El primer caso lo ilustra de forma inmejorable el dirigible, el famoso invento de Von Zeppelin, una maravilla de la técnica y de la estética, que no pudo superar el riesgo que su corazón inflamable entrañaba. Pero hacía falta un hecho catastrófico para comprobar lo que era de por sí predecible. En la historia de la energía nuclear este hecho, por desgracia, también lo hemos tenido. Su nombre es Chernóbil, pero parece que no hemos aprendido lo suficiente de sus desastrosas consecuencias.
Una última sugerencia a los sucesivos gobiernos: promuevan ustedes un "plan renove" energético a medio plazo, inviertan lo mismo que se invierte en I+D nuclear en I+D de energías renovables intrínsecamente seguras, y vayan sustituyendo progresivamente las unas por las otras; entonces comenzaremos a creernos de verdad su interés por una cultura de la seguridad tecnológica.