Agricultura ecológica

Nuestros agroecosistemas actuales producen graves y crecientes impactos ecológicos, entre los cuales cabe contar: desforestación, desertificación de extensos territorios, destrucción del suelo fértil, difusión de tóxicos biocidas en el ambiente (insecticidas, herbicidas, fungicidas…), contaminación de los acuíferos, despilfarro de agua (captada a menudo con gran impacto ambiental), pérdida de biodiversidad… Riechmann, J ; Un mundo vulnerable , Los libros de La Catarata, 2000, p.206.

Siempre he pensado que uno de los indicadores de progreso humano más fiables es la generalización y la calidad de lo que constituye el sustento básico de la vida: el agua y la alimentación como pilares básicos, junto a los demás derechos que deben ser exigidos para una vida digna de ser vivida. Cuando parecía que dichas conquistas estaban garantizadas en los países llamados desarrollados -pero en absoluto, como sabemos, para tres quintas partes de la población del planeta-, nos encontramos con que la superabundancia de productos de las sociedades de consumo cada vez se encuentra más disociada de la calidad de los mismos.

Esto no es en absoluto una casualidad. Una característica cada vez más sobresaliente de la cultura del capitalismo tardío es la relación inversa entre cantidad y calidad. Centrándonos en lo que hoy nos ocupa, la alimentación humana, es alarmante que casi nadie se atreva ya a beber agua del grifo -de hecho en algunas poblaciones la autoridades municipales lo desaconsejan explícitamente-, porque su potabilidad es más que dudosa. En un sentido similar, cada vez resulta más evidente que los diversos tratamientos químicos asociados a la actual producción agrícola intensiva producen efectos nocivos en el medio ambiente y pueden afectar a la salud de las personas. Sorprende que aceptemos con normalidad que el agua o la comida más asequibles puedan no ser demasiado saludables, y si queremos algo realmente sano, entonces debamos pagar mucho más por ello. No parece que éste sea el progreso que nos interesa.

Excede del marco del presente artículo la descripción pormenorizada de los efectos negativos de la agricultura convencional, pero desde el mismo principio de precaución, es obvio que interesa minimizar los tratamientos químicos cuya toxicidad puede incorporarse a la cadena alimenticia humana, sea directamente, por ingestión de residuos de plaguicidas, sea indirectamente por difusión en el medio ambiente de compuestos químicos persistentes con efectos neurotóxicos, alergénicos o de disrupción hormonal, entre muchos otros. Si bien los problemas a los que nos referimos se benefician del principio de la invisibilidad y del desfase temporal entre causa y posible consecuencia negativa futura, no hay más que ver el rápido crecimiento de la demanda de productos de la agricultura ecológica en países europeos como Alemania, y las fundadas críticas que en la literatura especializada se atribuye a los excesos heredados de la llamada revolución verde, para comprender la urgente necesidad de un progresivo cambio en el modelo de producción agrícola y ganadera.

Hemos de tener en cuenta que las iniciativas más viables en el difícil camino hacia una sociedad sustentable son aquéllas hacia las cuales el mercado ya presenta una cierta predisposición, como es el caso de la agricultura ecológica, que cuenta con una demanda siempre creciente, y más en un tiempo en el que una parte importante de la población mantiene el rechazo ante la expansión de los cultivos transgénicos en la agricultura convencional.

Ante un contexto tan propicio, sólo hace falta publicitar y subvencionar convenientemente al sector, atendiendo a sus ventajas ambientales y de calidad alimenticia, según vemos en otros países europeos como Italia. La agricultura ecológica en la Comunidad Valenciana muestra un rápido crecimiento sostenido. En los últimos cinco años, casi se ha triplicado el número de agricultores con el certificado de producción ecológica, y se ha pasado de 12.179 hectáreas registradas en 1998 a 22.355 en el 2002. Pero sigue faltando mejorar las redes de distribución local y la generalización de los puntos de venta ¿No tenemos derecho a democratizar el consumo de alimentos de la agricultura ecológica en nuestros mercados y pequeños comercios a precios más asequibles? Debemos reivindicar una alimentación más saludable que pueda generalizarse, sin elitismos ni voluntarismos. Que tu alimento sea tu medicina, decía Hipócrates. Pero para que esto pueda seguir siendo así, la producción de alimentos debe regresar al ciclo de la materia orgánica que garantiza la sustentabilidad de todo el proceso; minimizando la ingerencia química, apoyando los interesantes avances en la lucha biológica contra las plagas e incentivando el consumo local, uno de los aspectos básicos de la ecologización de la economía.

En tiempos de revisión de la política agraria comunitaria, la apuesta de futuro está en el desarrollo de la agricultura ecológica, que combina la mejora de la alimentación humana con el cuidado de los ecosistemas y la minimización del uso de derivados del petróleo en el proceso de producción de alimentos. Por lo tanto, potenciar el necesario maridaje entre salud y sustentabilidad, dos marcadores incontestables de progreso humano y cuidado de la biosfera.