María Diago
Bióloga y Consultora Ambiental
“Mientras llueven cada vez más toneladas de literatura económica ambiental, el deterioro ecológico se extiende por el mundo al ritmo que marca el pulso de la coyuntura económica”. José Manuel Naredo, 2006. Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Ed. Siglo XXI.
Hace unos días un grupo de amigos me pidió que les acompañara a recorrer parte de las hoces del río Júcar en la comarca del Valle de Ayora. Aparte de disfrutar de un paisaje bellísimo, tenían interés en que les pudiera hablar en aquel entorno de la importancia de nuestros montes: desde factores abióticos como son los geológicos y climáticos, hasta los bióticos, es decir, la flora y la fauna que los forman. Pero no fue posible; la dureza de la senda recorrida y su longitud nos agotaron a todos, sin posibilidad de hablar siquiera durante unos pocos minutos. Fue una lástima –no por mi mayor o menor locuacidad en ese instante- sino por lo que estaba percibiendo y que me hubiera gustado comunicar.
La dimensión de los sistemas naturales causa que nuestro conocimiento sobre su funcionamiento sea muchas veces parcial y sesgado, al sobrepasar con creces nuestra escala física, pues no somos precisamente ni los organismos más grandes que habitan sobre el planeta ni los más longevos.
Nos encontrábamos sobre el segundo de los dos motores que hacen funcionar la climatología característica de nuestra Comunidad, los bosques de las montañas de interior; el primero, bastante alejado, está formado por las zonas húmedas de las llanuras litorales costeras, situadas a modo de rosario desde el Golfo de León hasta las playas de Cádiz; todo un cinturón de agua que ha servido a numerosas especies de fauna como lugar de avituallamiento, descanso, refugio y cría, contribuyendo así al aumento de nuestra biodiversidad. Si la península ibérica presenta uno de los índices más elevados de Europa, la Comunidad Valenciana lo sobrepasa con creces, tanto en número total de especies así como en singularidad, pues tenemos numerosas que son autóctonas y/o endémicas.
Pues bien, el régimen de precipitaciones que a lo largo del tiempo se ha configurado en nuestras tierras depende directamente de la existencia de estos dos motores separados entre sí por más de 100 kilómetros de distancia. A la producción de vapor de agua del Mediterráneo se le debe de añadir la evaporación provinente de las zonas húmedas y la de la evapotranspiración (producción de vapor de agua como consecuencia del metabolismo) de las masas boscosas del interior. Si esta adición no se da, el régimen de precipitaciones cambia radicalmente, y tiene como consecuencia el que cada vez llueva menos, llueva a destiempo o que la probabilidad de los procesos de gota fría se acrecienten en intensidad.
Hace meses en estas mismas páginas escribí un artículo con el título Esto es un zoológico, aludiendo a la concepción de un modelo territorial que desde la Conselleria de Territorio y Vivienda se califica como “sostenible”. Pues bien, casi un año después de aquello, la concepción no es que siga igual, sino que la intensidad con la que se sigue destruyendo la costa y el interior con planes urbanísticos totalmente irracionales se ha acrecentado de modo alarmante. Eso si, salpicados aquí y allá con algunas cuantas hectáreas protegidas.
Ello ha supuesto que una comisión de europarlamentarios visitara nuevamente y por segunda vez nuestra Comunidad, elaborando como consecuencia un informe demoledor sobre el urbanismo –“los habitantes de la costa mediterránea están sufriendo el expolio de la propia comunidad y de su patrimonio cultural, el enladrillado del litoral, la destrucción de la flora y la fauna y el enriquecimiento masivo de una pequeña minoría a expensas de la mayoría”-, en el que además se da cuenta del trato recibido por parte del Conseller González Pons, falto siquiera de la más mínima educación y digno sucesor de su antecesor Blasco. Otro informe que también abunda en lo mismo, elaborado recientemente por la asociación Acció Ecologista-Agró, contabiliza más de 400 millones de metros cuadrados propuestos para el desarrollo de PAIs a lo largo y ancho del territorio valenciano.
De modo que el “desarrollo sostenible” propugnado, defendido y llevado a cabo por la Administración Pública valenciana ataca directamente a los sistemas-soporte que mantienen el clima en la Comunidad. Si el litoral está prácticamente sellado, en el interior nuestras montañas tampoco están en sus mejores momentos, pues aparte de sentir ya sobre ellas la presión urbanística, una evaluación hecha por el CIDE en 2003 sobre el estado de desertificación de la Comunidad Valenciana en los primeros años del siglo XXI arroja como resultado que casi la cuarta parte (un 24%) de las tierras valencianas se hallan en un estado grave o muy grave de desertificación. El riesgo de alcanzar una situación sin retorno se acentúa cada vez un poco más.
La sostenibilidad medioambiental no está muy presente en estos momentos; más bien al contrario, la única sostenibilidad que de verdad parece preocupar es la de ciertos bolsillos. Bolsillos de los cuales no estaría nada mal que se empezaran a pagar los costes medioambientales que repercuten al conjunto de la sociedad las extensiones de ladrillo de las que se nutren y que con tanto interés defienden.
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