Ernest García
Universitat de València
L´era del desenvolupament s´ha acabat. Ja ho sap totdéu però ningú no en parla: és el secret de la sària de l´inici de segle. Soscavada la seua base natural de sustentació, la fase d´expansió demogràfica i econòmica de la civilització industrial s´acosta al seu cim i ja es pot albirar el camí de baixada. Delerosos d´allargar una miqueta més la seua privilegiada participació en la festa, els amos del món llueixen múscul i fan guerres de conquesta: si no n´hi ha prou amb l´Organització Mundial del Comerç, aleshores és el torn del Seté de Cavalleria (o de la creu de Santiago matamoros). Escampades per les cunetes, són visibles les restes en ràpida descomposició de les últimes bones intencions: tot allò de fer que el desenvolupament esdevingués social, humà, fins i tot sostenible.
La relación entre las ciudades actuales y la crisis ecológica puede percibirse a escalas diferentes. Por ejemplo: las ciudades del mundo concentran la mayoría de la población y de la actividad económica y, en consecuencia, son un factor principal del incremento en la emisión de gases de invernadero y del consiguiente cambio climático global. Bajo un prisma diferente, vistos los problemas a una escala propiamente local, los datos no son menos acuciantes y fundamentan una desagradable enumeración que ya no sorprende a nadie: dificultades en el suministro de energía o de agua potable, congestión del tráfico, mala calidad del aire, desaparición bajo el asfalto de espacios naturales y de buenas tierras agrícolas, saturación de los sistemas de gestión de residuos... Aún más revelador es que ya nadie parece pensar que los sistemas urbanos actuales puedan dar solución a esos problemas. Estamos ante una especie de secreto a voces: las formas vigentes de organizar la vida en las ciudades no pueden durar, no son "sostenibles". En el fondo de su alma, los habitantes de la ciudad moderna saben que la única esperanza es una transición.
Los principios que podrían regular esa transición hacia asentamientos humanos menos insostenibles son conocidos y su formulación es relativamente sencilla. El modelo de ciudad compacta y limitada en su expansión (al estilo de las tradicionales ciudades mediterráneas) es más eficiente desde el punto de vista medioambiental que la dispersión suburbana. La relocalización de determinados procesos productivos básicos (agricultura, generación de energía, servicios comunitarios, etc.) es aconsejable. La conservación de los espacios ecológica o agrícolamente productivos que aún existen dentro de los límites urbanos o en su entorno inmediato resulta crucial. La rehabilitación del espacio construido y deteriorado (conservación de centros históricos y regeneración de barrios más recientes) se torna preferible a la urbanización de nuevos espacios. La pacificación de las calles y el fomento de la proximidad -en combinación con más facilidades para el transporte público y la bicicleta- aparecen como la única alternativa viable a la congestión, la contaminación y el ruido producidos por la motorización privada. La minimización del volumen y la toxicidad de los residuos (reducción, reutilización, recuperación, reciclaje) se impone lentamente como alternativa frente a sistemas de tratamiento costosos, contaminantes y crecientemente rechazados por las poblaciones afectadas.
Un libro recientemente publicado (H. Girardet, Creando ciudades sostenibles , Valencia, ed. Tilde, 2001) presenta con claridad los argumentos que fundamentan cada una de las afirmaciones anteriores. Introduce, además, los matices necesarios para evitar que el sentido de las mismas se pierda a causa de una excesiva unilateralidad. Así, por ejemplo, tras recordar que las ciudades muy dispersas tienden a ser muy ineficientes energéticamente, observa que una elevada densidad concentrada en altura no es precisamente la forma de vida soñada por la mayoría y que, por lo tanto, persuadir a la gente para que abandone las zonas suburbanas requiere una existencia urbana caracterizada por la vitalidad, la diversidad, la mezcla de actividades, la abundancia de servicios y la oferta cultural y, sobre todo, que las calles vuelvan a ser un ambiente adecuado para el contacto humano.
La atención prestada al matiz y a la interconexión responde a algo que, en la visión de la ciudad defendida por Girardet, es propiamente un criterio metodológico: la viabilidad de las estructuras urbanas aumenta articulando la complejidad, no llevando al extremo una simplificación que acaba siendo contraproductiva. Los espacios monofuncionales son simples pero, a la larga, insostenibles; los espacios plurifuncionales son complejos y quizás es menos fácil organizarlos (y, desde luego, es mucho más difícil diseñarlos), pero pueden ser menos costosos ambientalmente y socialmente más ricos.
Girardet concentra todo el rico universo de problemas asociados a la sustentabilidad urbana en una sola idea: realmente -escribe- no vivimos hoy en una civilización, sino en una movilización (de recursos naturales, personas y productos). Las ciudades -añade- tienden a no ser más que los nodos de los que emana (y a los que se dirige) esa movilidad. La sustentabilidad -concluye- tiene que ver con la pregunta de cómo podrían volver las ciudades a ser ámbitos de la civilización, no meros lugares de paso de flujos.
Es seguro que se trata de una pregunta decisiva. Según las proyecciones más recientes de la ONU, el número de personas residentes en zonas urbanas, en su mayoría en el Tercer Mundo, podría superar los cinco mil millones en el año 2025. Se espera que el número de ciudades de 1 millón o más de habitantes pase de 270 en 1990 a 516 en 2015. En los países más industrializados el crecimiento de la población urbana es mucho más lento, pero el desplazamiento desde centros urbanos concentrados hacia extensas regiones metropolitanas y hacia ciudades intermedias aumenta también muy intensamente la presión sobre el territorio. Incluso si hay una inflexión en la tendencia (lo que, precisamente a causa de los límites ecológicos al desarrollo, no puede descartarse) la inercia de la expansión urbana de las últimas décadas será poderosa. La posibilidad de una relación viable entre la sociedad y la naturaleza pasa pues por la búsqueda de vías hacia menos insostenibilidad de las ciudades. El libro que comento es una valiosa guía para dicha búsqueda.
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