El cambio climático que nos viene

El cambio climático es un hecho y no una especulación. Y ese cambio es debido a la acción humana y no a la evolución cíclica natural del clima. Se podrá disentir en cuestiones de matices, pero la mayoría de la comunidad científica mundial ha establecido que estamos ante un cambio climático de consecuencias imprevisibles provocado por la actividad antrópica, especialmente la vinculada a la quema de combustibles fósiles de todo tipo. Son hechos incontrovertibles.

Asistimos a un alud de informes diversos de suficiente entidad por sí mismos. La discusión de Davos ha indicado a los actores multinacionales petroquímicos que el cambio climático hay que tomarlo muy en serio. Las Naciones Unidas en París, a través del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático insiste en los procesos cuasi-irreversibles de aumento de la temperatura global entre 2º C y 4,5º C a lo largo del siglo XXI. El reciente informe Impactos en la costa española por los efectos del cambio climático, realizado por la Universidad de Cantabria por encargo del Ministerio de Medio Ambiente, advierte que el cambio climático tendrá como efecto el que las playas españolas retrocedan 15 metros por la subida del nivel del mar antes del año 2050, aunque no sea uniforme: 35 centímetros en el Cantábrico, 20 en el Mediterráneo y unos 10 en el Golfo de Cádiz. Las zonas del este más afectadas por su escasa altura serán la Albufera de Valencia, Doñana, la Costa Brava y la Manga del Mar Menor.

Por la cuantificación económica que realiza, conviene destacar el Informe Stern de reciente publicación y elaborado a requerimiento del Primer Ministro británico Blair. Según este informe, sería necesario invertir como mínimo un 1% del PIB mundial en la lucha contra el cambio climático para evitar que los costes globales y los riesgos del mismo equivalgan a una caída del 5% del PIB, que podría llegar a un 20% si los efectos negativos del calentamiento continúan creciendo con la progresión actual. Estas mayores previsiones del Informe Stern contrastan con las que hizo en el año 1992 Nordhaus, quien evaluó el coste para la economía mundial de las emisiones de CO2 en algo menos del 1% del PIB mundial.

En enero de 2006, Guillermo de la Dehesa publicó un artículo en Revista de Occidente titulado «La economía española posible en el siglo XXI», donde se hacía eco de los diversos retos de la economía española a medio y largo plazo: empleo, productividad, envejecimiento de la población y desertización. En relación a esta última cuestión, se prevé que el calentamiento global produzca una subida de entre 2,5 y 3,5 grados centígrados de la temperatura media en España. Esto incrementará el proceso de desertificación de las zonas mediterránea y centro-sur, con la consecuente reducción de lluvias y recursos hídricos de los embalses y aguas subterráneas. De la Dehesa analiza la repercusión que tendrá sobre las actividades económicas: los cultivos hortofrutícolas tendrán que trasladarse a zonas más septentrionales, determinadas especies de la avifauna emigrarán también más al norte, y la industria turística del sur quedará mermada, pues los turistas procedentes del norte de Europa, cada vez más frío por la probable desviación de la corriente del Golfo, acudirán a dichas zonas solamente en los meses de invierno y se desplazarán en verano a zonas más templadas, españolas y extranjeras.

El panorama que hemos pintado no es que sea sombrío. Es patético. De cualquier forma es lo que la información solvente da de sí. Para afrontar estas cuestiones hay que diseñar medidas a medio y largo plazo y que las autoridades político-económicas de los diversos países adquieran conciencia seria para activarlos. Porque medidas, las hay.

Según Stern, son necesarios tres elementos de política para una respuesta global. «El primero es la fijación del precio de carbono, aplicada a través de impuestos, comercio de emisiones o regulación. El segundo se refiere a una política que apoye la innovación y el despliegue de tecnología bajas en carbón. Y el tercero tiene que ver con medidas para eliminar las barreras de la eficiencia energética, para informar, educar y persuadir a las personas acerca de lo que pueden hacer para responder al cambio climático».

Si nos referimos a los problemas del sur español y el Mediterráneo, según De la Dehesa habría que tomar medidas para incrementar las plantas desalinizadoras para mantener el consumo de la población en dicha zona, llevar a cabo un esfuerzo de reforestación para aumentar la pluviosidad y mantener la humedad en dichos territorios y realizar estudios concretos de cada zona, para poder aquilatar y precisar dichas actuaciones, así como aplicar otras medidas que redujeran y paliaran la ocupación y depredación a que está siendo sometida la costa mediterránea. No habría que esperar el aumento del nivel del mar de 20 centímetros en que se calcula que ocurrirá en el 2050.

¿Serán capaces nuestras autoridades político-económicas, tanto autonómicas como nacionales, de tomar en serio estas medidas? ¿Nuestros empresarios, constructores y promotores, tomarán conciencia de que están engullendo su futuro económico? ¿O piensan, unos y otros, aquello de que quien venga detrás se arreglará? Y, con esa actitud, ¿es posible que a finales del siglo XXI apenas haya gente que venga detrás?