Pura Duart
Professora de Sociologia. Universitat de València
Quizás deberíamos reconocer que algunos deportes simplemente ocasionan demasiado gasto para ser sostenidos. Al fin y al cabo, no es más que una diversión. ¿Podemos vivir con la idea de que estamos destruyendo el planeta para divertirnos? (George Monbiot)
'Las torres del olvido', una novela publicada a finales de los años ochenta del siglo XX, prefiguraba con pesadillesca precisión las consecuencias que, de no actuar en una dirección diferente, tendría el modelo de crecimiento económico: una sociedad dividida que, cuantos más diques levanta para defenderse de sus propios olvidados, más se hunde en las aguas crecientes. Esta es la cuestión: ¿en qué sociedad queremos vivir?
El capitalismo de consumo ha entrado en su fase 'desbocada', disparado en busca de su propia multiplicación sin fin. La generalización del consumo, la proliferación de necesidades, es una excusa para el transporte. El mundo rico extrae cada vez más ganancias de transportar, de moverlo todo, y a todos, más y más rápido. El que controla los nudos de la red gana. Es la victoria real de los transportadores (algunos mandamases, dicen ahora que el cambio climático es un hecho, y se apresuran a buscar su lugar en el 1management de la distribución de la buena nueva', mientras viajan en su propio jet -o en varios, porque el séquito de 'minoristas del mensaje' es grande-).
Los grupos ecologistas, como los campesinos, ganan la batalla simbólica, pero pierden la guerra real. Señal de su triunfo, de la cada vez mayor atracción que generan, es la autoridad que están adquiriendo algunas de sus críticas. Cuanto mayor es el reconocimiento hacia la palabra ecologista, más perdida parece la realidad.
En las democracias formales capitalistas se puede decir todo, pero se puede hacer poco. Prueba de ello es que, a pesar de la solvencia de los autores y la implicación de sus actores, muchos discursos no se traducen en aplicaciones. Determinadas medidas, como las relativas al transporte, han de ser tomadas ya, porque posponerlas las hace inconmensurablemente más costosas -cada litro de gasolina consumido añade cualquier día la misma cantidad de grados y residuos a la atmósfera, pero el daño que causa es más irreversible cada hora que pasa.
Algunas decisiones que podrían ser tomadas se bloquean o posponen porque tocan algunos hilos bien atados. Una red de transporte más basada en medios colectivos, mediante una conexión más compleja, con menos desplazamientos y más cortos (menos centros comerciales cada vez más lejos, menos excursiones de compras a la ciudad de más allá, menos vacaciones a largas distancias, menos muelles y aeropuertos, menos ferias para ejecutivos de la industria o la política) supondría un ahorro inmediato y prácticamente sin coste -para todos, aunque puede que algunos pocos ganaran menos-.
En algunas ciudades están tomando alguna de estas medidas 'bellas y bruscas'. Pueblos y ciudades pueden hacerlo porque sus reglas se establecen 'en la periferia', es decir, lejos de los centros de poder, en especial de la influencia de las empresas del petróleo y similares. Por el contrario, en la ciudad en la que vivimos, los que mandan actúan como si estuviésemos en el centro del mundo... del espectáculo.
Entendida como magnitud, la espectacularidad emplea en general más recursos, mientras que como dimensión, multiplica las distancias al interponer mediaciones. De los espectáculos deportivos más costosos, las carreras de coches ejemplifican la política de lo peor. En dimensiones físicas, cuanto más veloz es la combustión, más gases y más calentamiento a la atmósfera. En cuanto al tipo de relaciones que estimula, de todos los deportes de competición la formula 1 es el que difunde una lógica más asocial: correr por correr y, al de atrás, que le den. Los famosos de estos torneos a menudo normalizan un modelo de neohéroe dispuesto a todo 'por la pasta', como prueba la diligencia con la que promocionan todo lo traficable o deslocalizan sus cuentas bancarias en limbos fiscales.
Las empresas del motor y el petróleo, que promueven estos festivales de la desmemoria, responderán en el futuro -si hay futuro- por su comportamiento de hoy: Mercedes Benz, que produce limusinas de alto despilfarro y carros para las guerras que más calientan; ExxonMobil, acusada de financiar la desinformación, como hicieran antes las empresas tabaqueras, para manipular la opinión acerca del deterioro del clima.
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