Fernando Mafé Huertas
Miembro del Colectivo Valencia en Bici (Acció Ecologista Agró)
Que las rondas
no son buenas
que hacen daño
que dan penas
y se acaba por llorar.
(Agustín Lara, Bolero)
Las rotondas son monumentos al tráfico donde las obras de arte quedan expuestas al monóxido de carbono y a la indiferencia de los conductores. Los monumentos de las rotondas, al igual que las medianas de las autopistas, nunca serán visitados expresamente. En realidad se trata de un símbolo más de esa religión del automóvil, tan magistralmente descrita por Eduardo Galeano (La religión del automóvil, liturgia del divino motor). Quizás estemos ante un fenómeno similar a los drive-in restaurant, drive-in movies… todo sin salir del coche. Quizás alguien nos quiere colocar disimuladamente el drive-art. ¡Cuidado! Arte sin salir del coche, produce un terror difícil de explicar.
Ciertamente, las rotondas no dejan de sorprendernos por su variedad de estilos y elementos centrales. En muchos casos su círculo central es espeso y boscoso y se sabe incluso de rotondas frondosas, selváticas e impenetrables donde sería fácil encontrar especies preservadas milagrosamente de la extinción y adaptadas a este singular hábitat. Hay rotondas con absurdos motivos centrales: barcos de vela hechos de mármol, locomotoras de vapor rodeadas de palmeras, apisonadoras pintadas de colores psicodélicos, olivos milenarios secuestrados sin posibilidad de escape e infinidad de artefactos que sin duda darían para más de un tratado antropológico y psicológico sobre la creatividad humana. En Valencia hay incluso una estación de tren en pleno funcionamiento integrada en una rotonda.
Muchas veces, según en qué punto geográfico nos encontremos, las rotondas pueden indicarnos la actividad económica que se desarrolla en una zona determinada: rotondas con motivos cerámicos y revestidas de azulejos en los pueblos de La Plana, antigua maquinaria textil en Alcoi, añejas prensas de aceite en Jaén, o motivos mineros en algunas zonas del Bajo Aragón… en definitiva una extensa muestra de las economías locales representadas en mitad del asfalto y exaltadas hasta los límites infinitos del mal gusto y la complejidad estética. Además de "organizar" el tráfico, las rotondas nos ofrecen la posibilidad de ver, perplejos y sonrientes, cómo la excentricidad humana alcanza cotas de absurdo insuperables y cómo los artistas, quizás por la honrosa razón de alimentarse, renuncian a ese pequeño club exclusivo de la dignidad creativa. Mientras tanto, los controladores del tráfico siguen vigilando para que nuestras grandes plazas, hoy convertidas en rotondas gigantes, sigan siendo los ejes rodantes del camino hacia la auto-destrucción y hegemonía del automóvil. Todo ello, naturalmente, disfrazado de aparente normalidad.
Apuntando a las utilidades prácticas de las rotondas para el tráfico digamos que para muchos de nosotros, que solo conducimos de vez en cuando, incluso para quienes lo hacen habitualmente, las rotondas son lugares donde la incertidumbre se manifiesta de una manera total. Uno sabe cómo ha entrado en ellas, pero no sabe cómo ni cuándo va a salir de esa especie de limbo-centrifugadora. A poco que investiguemos en el apasionante mundo de las rotondas, nos damos cuenta de que son, ni más ni menos, la auténtica metáfora de la civilización incongruente en la que vivimos; un sistema de circulación que da vueltas sobre si mismo al tiempo que derrocha una enorme e irrecuperable cantidad de energía y recursos, son como un tiovivo adormecido que arrincona nuestro anhelo de continuar siempre por el camino más corto, de seguir la línea recta, mientras la distracción y la ilusión se presenta como el motivo central e inalcanzable de nuestras vidas.
Y ahora, la Alcaldesa de Valencia y el Presidente Camps -que también viven y circulan en su rotonda particular- nos amenazan con otro de sus sorprendentes proyectos para la ciudad: el circuito urbano de Fórmula Uno, utilizando como curva espectáculo la rotonda del Parotet (monumento al tráfico donado a la ciudad por una entidad bancaria). Esta competición es una especie de Circus Romanus que también da vueltas y vueltas sobre sí misma y donde las azafatas (siempre mujeres) sujetan sombrillas para que a los pilotos (siempre hombres) no se les caliente la cabeza dentro del casco mientras están en la parrilla de salida. ¿Para qué hemos gastado millones en un circuito como Cheste?
Si lo que pretenden convirtiendo en circuito las calles y avenidas de Valencia es promover el tráfico de coches, en verdad lo consiguen, pero la contaminación que éstos producen causa la muerte a centenares de personas al año por enfermedades respiratorias (sólo en Valencia) y son a su vez cómplices del Cambio Climático. Definitivamente el circuito urbano no es la mejor forma de explicar a la ciudadanía los beneficios del transporte público y las convenientes ventajas de respetar los límites de velocidad. Los más jóvenes y vulnerables suelen ser presa fácil de esta promoción del vértigo y el efecto mimético (ya ocurre con las motos) les hará poner a prueba los neumáticos en el mismo asfalto que lo hizo Alonso, pisarán el acelerador conscientemente sobre el puente de Monteolivete y quizás corren el riesgo de estrellar sus coches en las mismas entrañas del Hemisfèric.
Valencia es una ciudad que sufre un tráfico insostenible y predomina en ella una mentalidad que consiste en hacer del coche una prenda de vestir de la que sólo se prescinde en pocas ocasiones. Coches para ir de compras, coches encima de las aceras, coches para ir a ver correr coches, rotondas para que circulen mejor los coches… ¡Ya va siendo hora de frenar esta locura! Es preciso apostar por el transporte público, la bicicleta o caminar pero, sobre todo, lo urgente es empezar a cambiar la mentalidad y en concreto la de quienes tienen responsabilidades políticas. El coche nos transporta cuando llueve (ya lo sabemos), las rotondas organizan el tráfico (eso no se duda) ¿pero adonde nos lleva esta trepidante velocidad que nos quieren colocar y vender ahora? No lo sé, pero es irresponsable.
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