De lo 'protegido' a lo 'garantizado': la destrucción del patrimonio

Llama a la destrucción “progreso” y nadie se te opondrá
EL ROTO

Cuando un Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) califica determinadas zonas del término municipal que ordena como ‘protegido’, sus redactores están reconociendo el aprecio cultural que la sociedad tiene sobre sus valores de interés y disfrute público. La sociedad reconoce en ellas algunas de sus señas de identidad. Consecuentemente, los PGOU propugnan la protección de dichas zonas, estableciendo medidas que garanticen su conservación, enriquecimiento y difusión.

Así, el PGOU de Valencia, otorga a gran parte de las milenarias estructuras rurales que rodean la ciudad la calificación de ‘protección agrícola’; y a varios conjuntos urbanos, la de ‘conjunto histórico protegido’. En ambos casos, pueden existir ciertos elementos cuyo valor les haga merecedores de una especial atención, pero lo ‘protegido’ es el ambiente, es decir, lo edificado y lo no edificado y su relación con los grupos humanos que, con sus costumbres y actividades, pueblan tanto lo rural como lo urbano. Este ambiente constituye el patrimonio cultural sobre el que construir el futuro de la ciudad de Valencia.

No cabe duda de que desde la aprobación del PGOU en 1988, lo ‘protegido’ –ese determinado ambiente rural o urbano valorado por la sociedad valenciana- ha venido sufriendo un deterioro constante. Los responsables políticos de proteger lo ‘protegido’, no han sabido o no han querido ejecutar las medidas tutelares establecidas en las sucesivas legislaciones patrimoniales. O bien, estas medidas tutelares no eran las adecuadas para evitar el deterioro. En ambos casos, la responsabilidad de no detener e invertir el deterioro, ejecutiva y/o legislativa, es de ellos: de los políticos que nos gobiernan.

Lo que resulta inconcebible es que nuestros dirigentes, en lugar de depurar responsabilidades entre los encargados de la protección del patrimonio, invoquen –e incluso propicien- su deterioro para recalificar y otorgar grandes edificabilidades en zonas que no las tenían o las tenían en un grado mucho menor. Esperan que nos creamos que es por el bien del patrimonio, pues dicen que lo que quede después de las recalificaciones o de las grandes operaciones urbanas, estará más que protegido: estará ‘garantizado’. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que los mismos que no supieron redactar ni aplicar una legislación capaz de proteger lo ‘protegido’, están en condiciones de garantizar nada? Cuando lo garantizado se deteriore, ¿qué nuevo concepto lo sustituirá para justificar la desaparición bajo el ladrillo de otra mitad de huerta, de lo que quede del Cabanyal, del Casco Antiguo, de Patraix, de Benimaclet,…?

En esta misma tribuna se publicó hace unas semanas un artículo titulado ‘el síndrome de la rana hervida’: una rana introducida en un baño caliente salta inmediatamente y se salva; en cambio, si el agua está fría no saltará, y si la temperatura aumenta lentamente se dejará cocer hasta la muerte. Ningún partido político presentará un programa electoral que ponga en cuestión el valor de la huerta periurbana ni de los conjuntos históricos protegidos y propugne la conveniencia de su completa transformación mediante grandes operaciones inmobiliarias; y no lo hacen porque saben que la indignación ciudadana ante el desprecio de las superiores razones que aconsejan la protección, supondría un duro castigo en las urnas: sería como echar la rana al agua caliente. En cambio, se promete máximo interés en la protección del patrimonio cultural valenciano para, una vez obtenido el poder, dedicarse a su paulatina depredación a cambio de los pingües ingresos procedentes de la especulación inmobiliaria; con la milonga de lo ‘garantizado’, en vez de dedicarse a proteger lo ‘protegido’, aprovechando las facilidades legales para su recalificación, están destruyéndolo poco a poco: nos están cociendo a fuego lento.