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Publicat el 16 - 7 - 2006 a Levante - EMV
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¿Sociópolis? No, gracias

Carlos Solà Palerm

Arquitecte

“Y la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste”. Miguel Delibes

Uno de los temas que más ha interesado a los estudiosos del urbanismo, especialmente a lo largo de los siglos diecinueve y veinte, es la creación de nuevos modelos de hábitat. Con los ensanches, la ciudad jardín o las propuestas funcionalistas se plantearon alternativas a la urbe histórica cuando ésta comenzó a congestionarse. Con ellas, se pretendía ofrecer unas formas de vida más higienistas. Creíamos que casi todo estaba inventado en esta materia, sin embargo descubrimos que no es así y que, impulsado desde la propia Generalitat Valenciana, se nos ofrece un nuevo producto urbanístico “made in Valencia” que ya fue presentado en la Bienal de 2003 y que ahora, tras los correspondientes trámites administrativos, pasará pronto a ser una realidad tangible en La Torre.

Se trata de una simbiosis que nos vaticinan como perfecta conjunción entre las ventajas de la vida urbana y la rural, una planificación en la que predominan los edificios en altura intercalados con ámbitos de “hortulus” mediterráneo. La ciudad mata, el campo aburre, diviértase, disfrute y viva plenamente de una vida sana en la nueva ciudad ideal, la alternativa de vida en el siglo veintiuno: “Sociópolis”.

La huerta de la comarca de l'Horta desaparece a ritmo acelerado. ¿Debido a qué? Antes de medio siglo puede haberlo hecho totalmente, según indican los expertos. Solamente existe una forma de salvarla -argumentan los teóricos de esta iniciativa-, la fórmula es sencilla: transformar el suelo rústico en urbano, pero no de cualquier manera sino a través de este singular urbanismo. ¿Entienden ustedes la filosofía de esta ordenación territorial?. Yo, sinceramente, no.

Las imágenes que atisbo del proyecto -en simulación por ordenador- de ese futuro ensanche de Valencia son verdaderamente agradables; no voy a negarlo. Un salpicado de edificios singulares muy altos en un entorno verde, campos cultivados, áreas deportivas, sendas peatonales, etc. Paradisíaco. Pienso para mis adentros: quiero un pisito en ese barrio. Idílica y pastoril escena adaptada a los tiempos modernos. Me imagino al terminar la agotadora jornada laboral en una claustrofóbica oficina, trasladarse a uno de esos apartamentitos de viviendas ¿sociales? Relajados, salimos a la terraza y contemplamos a nuestros encantadores vecinos los “horticultores” –los que hayan tenido la suerte de no ser expulsados- que continúan faenando sus campos. Si lo deseamos, podemos bajar un ratito, charlar con ellos, incluso ayudarles; y quién sabe si tal vez podríamos ganar un sobresueldo cultivando hortalizas o frutales.

No tengo nada que objetar a la calidad de los proyectos de algunos de los prestigiosos arquitectos que intervienen, como tampoco al diseño del barrio. Sólo dos matizaciones.

La primera: estaría bien la idea si todo este montaje escénico no se realizara sobre huerta; máxime descontextualizándolo del entorno tanto agrícola como urbano; y además sin un análisis global de las incidencias de una implantación de estas características.

La segunda: Sociópolis no supone ningún descubrimiento nuevo. El movimiento moderno, con mayor o menor acierto, nos legó propuestas higienistas hace bastante más de medio siglo. En ellas se recogían el concepto de vivienda mínima y social, de suelo público liberado para el desarrollo de actividades comunitarias que sentaron las bases de los estándares exigidos en la actual legislación urbanística. Propuestas que pueden haber quedado desfasadas en determinados aspectos, que requieren su readaptación con la óptica de los años transcurridos y la experiencia acumulada pero válidas en sus principios básicos.

Ante esta alternativa que ahora se nos presenta, me pregunto: si el objetivo es acercar la ciudad al campo, ¿no podíamos hacer a la inversa? Acerquemos el campo a la ciudad. Transformemos parte de nuestras calles atiborradas de vehículos en bulevares verdes, los solares abandonados en huertos de cultivo para jubilados, las zonas industriales obsoletas en parques de ocio y jardines; realicemos más vaciados urbanos en lugar de congestionar más y más nuestras ya congestionadísimas ciudades; recuperemos el concepto original de la manzana de ensanche...¿Graciosa la idea?, ¿ingenua? ¿impertinente? ¿provocadora? Lo que sí me parece provocador es la constante agresión hacia los entornos rurales de mayor interés patrimonial, paisajístico, etnográfico, histórico y todavía productivo.

¿Cómo se gestionarán estos huertos inter-rascacielos en un contexto aislado o inmerso entre casi tres mil viviendas? ¿continuarán perteneciendo a sus antiguos propietarios? ¿son acaso de cesión obligatoria y por lo tanto de la comunidad? ¿computan como estándares de planeamiento?, ¿cuál será la próxima reclasificación de suelo no urbanizable? Les animo a que sigan haciéndose algunas preguntas al respecto y especialmente los heroicos agricultores que todavía sobreviven en la comarca de l'Horta.

Está bien eso de los edificios en altura suficientemente distanciados unos de otros y liberando espacio comunitario -aunque a mi me resulta más atractiva la densidad media-, pero todo eso háganlo en zonas de suelo urbano degradado de industrias que deban ser trasladadas; y ante todo, en el marco de un análisis global a escala urbana, metropolitana y comarcal.

València no puede seguir creciendo arrasando un entorno agrícola vivo y menos fagocitándose; ni configurar su futuro desarrollo con la casi exclusiva filosofía de la mitificación de los rascacielos concebidos como esculturas gigantes -aunque sean “de firma”- dejados caer sobre entornos de huerta preexistente para la que habrá que comenzar a exigir ya su declaración como Patrimonio de la Humanidad en peligro.

Estos inventos de “polis sociales” pueden convertirse en una forma “sutil y elegante” pero en la misma línea colonizadora de un territorio agredido por la construcción, las infraestructuras, los depósitos de contenedores, la industria. L'Horta constituye, sin embargo, el símbolo de uno de los elementos definitorios de nuestra identidad que algunos se empeñan en desdibujar, e incluso destruir. Otros, por el contrario, nos reafirmarnos en ella.

¿Sociópolis? ¿Por qué no?

¿Sociópolis como modelo de desarrollo reclasificando el suelo agrícola? No, gracias.

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ComentariComentari de marcos, des de Valencia #1
No se lo que se puede esperar de una persona que por muy arquitecto que sea, escribiendo en castellano escribe Valencia con una tilde que en este idioma no existe. Por otro lado, y con respecto al fondo de la cuestión, la huerta como seña de identidad está muy bien, pero hay que saber dejar pasar a los nuevos proyectos, al caminar de una sociedad cada vez más corrupta, más distanciada y cuyos componentes tienden a aislarse cada vez más unos de otros.Un saludo.
Enviat el 1-11-2006 a les 17.59 h
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