Emèrit Bono
Catedrático de Política Económica
“Para arriesgar la Tierra, atrevámonos a explorar sus impulsos prohibidos o mal entendidos. Al hacerlo, establezcamos así nuestro propio lugar donde vivir. La historia de todos los pueblos es el último lugar de nuestro inconsciente imaginativo”. Edouard Glissant. Le discours antillais.
“El mundo no era incompleto cuando nacimos, nada cambiará tampoco con nuestra ausencia”. Omar Khayyam.
El viajero que circule por la autopista A-7, a la altura de los términos de Oropesa y Torreblanca, se topará con una inmensa mole de ladrillo y cemento que se extiende a lo largo de la Costa: Marina d’Or. El impacto visual de este muro es deprimente para cualquiera; pero todavía más para aquellos que hemos conocido el lugar en su forma primigenia, provocándonos una inmensa tristeza.
Lo primero que uno se pregunta es: ¿no se puede hacer esta urbanización de otro modo? ¿No estaremos en presencia de una evidente “desmesura” urbanística-económica? Difícilmente se puede saber esto, pues no hay indicadores precisos sobre la desmesura. No obstante sí hay síntomas que nos permiten barruntar alguna cosa sobre ella.
La “monoproducción” urbanística de nuestra economía y su enorme expansión es preocupante, pues a la vez, la industria y la agricultura no hacen sino estar cada vez más deprimidas. Demos un vistazo. En los cinco años que van desde 2000 a 2004, los ingresos globales de la producción (medidos en términos de valor añadido bruto) fueron de 4.524 millones de euros constantes –es decir, descontando la inflación-, lo que suponía un incremento del 9,5% para todo el periodo. Pues bien, la contribución directa de la construcción en estos ingresos para dicho periodo fue, en términos globales, de 1.215 millones de euros, un 26,3% en términos relativos. Según algunos cálculos, la incidencia indirecta de la construcción, el “efecto arrastre” en otros sectores proveedores de bienes y servicios, es grande y no sería menos de ocho puntos más, un ajuste seguramente bajo. En ese mismo periodo la industria contribuyó al valor agregado total en 89,6 millones de euros constantes, que representaban en términos relativos un 1,9%. Por su parte, la agricultura cayó en un 3,2%.
O sea, la construcción se convierte en el “súper-star” de la economía valenciana. Este proceso de polarización es grave porque rompe el “equilibrio” entre sectores que siempre ha caracterizado a la economía valenciana. Claro, algunos dicen que el mercado finalmente dejará a cada uno en su sitio. Puede ser…, pero, ¿a qué coste? ¿Quién pagará el proceso de adaptación? El mercado difícilmente puede contestar a estas preguntas.
Otro indicador posible que nos pueda dar idea de la desmesura lo constituye la ocupación del suelo. Según el Corine Land Cover 2000 (el estudio que ofrece una medida del suelo ocupado a través de fotografía satélite y homologado para la UE) el País Valenciano tiene un suelo artificial (tejido urbano continuo, discontinuo y laxo, con los territorios funcionales anejos) que suponía el 5% de su territorio en el año 2000, alrededor de 117.000 Ha, la inmensa mayoría en el litoral. Pero según cálculos realizados, entre 2000 y 2006, esta superficie se puede incrementar (con los Planes de Actuación Integrada aprobados y los que se encuentran en tramitación) entre el 0,7% y el 1% más del territorio. Crecimiento espectacular y uno de los más importantes de España en los últimos diez años.
Nuestro modelo de crecimiento económico basado en el consumo de espacio y recursos naturales es limitado, tanto por la finitud del espacio (materia prima del sector) como por su viabilidad económica, con un grado de incertidumbre considerable, consecuencia de su vinculación a elementos especulativos -el 40% de lo que se construye es pura inversión, no para atender demandas inmediatas-, tipos de interés bajos (¿están cambiando ya?) y una demanda de viviendas de pensiones de otros países que difícilmente pueda considerarse como estable pues dependerá de que no cambien determinadas circunstancias en tanto en nuestro país como en otros.
La ocupación del suelo por ladrillo y asfalto genera un impacto negativo irreversible sobre las funciones imprescindibles para el mantenimiento de la vida. Precisamente a ello se alude cuando se habla de destrucción del territorio y de insostenibilidad consecuente con aquel proceso. Por ello nos causa cierto estupor cuando algunos empresarios y autoridades públicas hablan del modelo urbanístico valenciano como ejemplo de sostenibilidad. Pero como la palabra sostenibilidad es tan polivalente, puede admitir diversos usos aparentemente correctos.
No obstante y sin entrar en una disquisición sobre el concepto de sostenibilidad, hay un consenso general entre los expertos en atribuir a ciertas prácticas de gestión una importante contribución a la sostenibilidad.
Concretamente, si para producir una unidad de PIB utilizamos cada vez menos energía, materiales y recursos naturales, quiere decir que aumentamos la ecoeficiencia del sistema de producción, aunque a veces sólo sea en términos relativos. A este proceso se le denomina desacoplamiento entre el empleo de todo tipo de recursos y el PIB.
Pues bien, según los datos arriba apuntados, parece existir un acoplamiento entre el crecimiento del PIB y la ocupación del suelo de la CV. En otras palabras, para producir una unidad del PIB del sector de la construcción, cada vez necesitamos consumir más espacio, ocupar más suelo, destruir más territorio. Este proceso es insostenible medioambientalmente, de todas todas; se mire como se mire.
Todo ello me lleva a ser escéptico de que las cosas puedan cambiar. Al menos, a corto plazo. Esta época de desmesura, más bien nos lleva a preguntarnos (como magistralmente lo ha hecho Jaume Terradaas en su último libro Biografía del mundo) si sufrimos el síndrome del Featón, personaje de la mitología griega: narcisismo, convicción de la especie escogida y propietaria del mundo, solipsismo, irreflexión atrevida, excesivo deseo de apropiarse de cuanto nos rodea, desprecio por las otras especies, sobreestima de las propias fuerzas, falso sentimiento de inmortalidad… de cualquier modo, lo mejor que nos puede suceder es que todo sea un mal sueño que se desvanezca al despertar. Pero, ¿y si no lo es?
Comentarios de los lectores sobre el artículo
Los lectores todavía no han opinado sobre este artículo.
Comenta este artículo