Esto es un zoológico

“Lo que sí me temo es el que se imponga la forma actual de la economía acarree daños irreparables a la Tierra y a los seres humanos que en ella viven, independientemente de todas las injusticias y penurias provocadas por la economía dominante, o pese a ella”. Ernst U. von Weizsäcker, 1991. Política de la Tierra. Ed. Sistema, 1992.

El tema sobre el que quisiera llamar la atención en los párrafos siguientes ha sido tratado exhaustivamente en todos los medios de comunicación y debatido por políticos, expertos y demás colectivos afectados por sus consecuencias. Me refiero al modelo de ocupación del suelo impulsado y desarrollado en todo el litoral mediterráneo y, más concretamente, en las costas de la Comunidad Valenciana.

Aun a costa de ser repetitiva y correr el riesgo de cansar al lector que va en busca de nuevas noticias, no deja de estar de actualidad, pues los elevados costes ambientales, sociales y económicos empiezan a resultar evidentes. Ambientales puesto que la desaparición total o parcial de los espacios naturales colapsa el funcionamiento de los sistemas-soporte del medio ambiente; sociales por el rechazo que en la población en general produce este modelo de desarrollismo puro, anclado en una visión muy arcaica del crecimiento y en la que no cabe la conservación del entorno como patrimonio histórico-cultural insustituible por capital monetario; económicos por la grave posición en que coloca a las arcas de las entidades locales que admiten procesos urbanizadores ilógicos, un asunto que por cierto fue tratado con minuciosidad en un artículo publicado en este mismo periódico (El caso Orihuela, Levante, 13-11-2005).

Tampoco se puede olvidar el debate generado por los expertos en urbanismo sobre la aplicación de la derogada y tan criticada LRAU, y todo el conjunto de nuevas leyes que, con el fin de sustituirla, ampliarla y concretarla en su aplicación, vienen siendo aprobadas en los últimos tiempos; todo ello teñido con una visión de falso desarrollo sostenible (en este mismo espacio de Terra Crítica, los artículos al respecto son abundantes). Un buen ejemplo de esto lo constituye el indicador que muestra la cantidad de cemento depositado en los últimos diez años en nuestra Comunidad: cerca de 2000 toneladas por kilómetro cuadrado. Es decir, en nuestro territorio nunca se ha construido tanto en tan poco tiempo. Y aunque la fría estadística indique que tan sólo supone aproximadamente un 4% del territorio, el dato se ve agravado por el hecho de que este proceso urbanizador ha sido llevado a cabo mayoritariamente en la franja litoral, definida por el primer kilómetro de costa tierra adentro desde la línea de pleamar. Nos acercamos, pues, peligrosamente al sellado total de nuestras playas, que a ojos vista parece ser el objetivo de una Conselleria que no por nada perdió su antigua denominación de Medio Ambiente. A este paso, pronto no quedará territorio para hacer más viviendas.

La política territorial que el Conseller Blasco está desarrollando sin el mínimo pudor, pregonando además ser el modelo de crecimiento sostenible para toda Europa, se asemeja más a un zoológico que a una concepción del territorio en la que se considere vital conservar los elementos que lo componen en unas magnitudes que no resulten anecdóticas. En efecto, aquella visión de los parques zoológicos de los siglos XVIII, XIX e incluso bien entrado el XX se asentaba sobre dos pilares básicos. De una parte, se entendía que el mantenimiento de un ejemplar encerrado entre barrotes era suficiente para la supervivencia de su especie. Este criterio excluía otros factores como el mantenimiento del pool genético de aquella, la de comportamientos aprendidos y transmitidos de la generación parental a la filial, o la interacción entre las demás especies animales o vegetales que en el hábitat original constituían la base del funcionamiento de los ecosistemas. De otra parte, la exhibición de estos animales, más allá de posibilitar su contemplación en directo, llevaba implícito el concepto de que eran algo externo a la sociedad humana, por lo cual su conservación no resultaba ni necesaria ni importante. Su desaparición significaba tan sólo la pérdida de un entretenimiento.

El territorio de nuestra Comunidad tiene visos de convertirse en algo parecido: en un zoológico asfaltado en el que de vez en cuando uno encuentra jaulas con una pequeña albufera, algún peñasco que surge de entre la línea litoral, o quizá un samaruc dentro de una pecera. No solamente se ha roto por completo la conexión entre los ecosistemas terrestres, marinos, interiores y litorales sino que, además, se trasmite la idea de que los seres humanos somos, en cuanto especie, absolutamente independientes del medio que nos rodea.

Hace décadas era posible que esta manera de aplicar la gestión político-administrativa en el medio natural pudiera plantear menos problemas, pero hoy por hoy no deja de ser, de entrada, un lastre para avanzar hacia un futuro mejor. Una gestión que se preciara de aplicar criterios reales de sostenibilidad medioambiental habría de tener como premisa básica la integración del medio natural en las comunidades humanas, nutriéndolas y permitiendo su permanencia con carácter intrínseco a ellas y no externo. Y, por supuesto, partiendo de un modelo territorial en el que los ecosistemas del interior estuvieran comunicados con los litorales, pues forman una entidad única e indisoluble. El territorio no es infinito en el espacio, ni en el tiempo la resistencia de las especies que lo habitan. Si para éstas no son buenos los zoológicos, para aquél tampoco. Y cuanto antes se den cuenta de esto nuestras autoridades, mejor para todos.