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Publicado el 16 - 4 - 2006 en Levante - EMV
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Matanza de focas: sufrimiento animal y mezquindad sanguinaria humana

Ricardo Almenar

Biólogo y consultor en Desarrollo Sostenible

«Bajo todo eso comienza verdaderamente el fundamento auténtico de miseria sobre el que se apoya este edificio, ya que hasta ahora sólo hemos hablado de los países capitalistas avanzados, y el conjunto de la vida de estos países, de hecho, encuentra su sostén en el terrible mecanismo de explotación en funcionamiento a través de los territorios coloniales y semicoloniales, es decir, de la inmensa mayor parte de la Tierra [?] Por debajo de los territorios donde los desheredados de la Tierra revientan por millones se encontrarían también los indescriptibles e ignorados sufrimientos de los animales; el infierno que para los animales es la sociedad humana; el sudor, la sangre, la desesperación de los animales». Max Horkheimer (1934).

A finales de marzo y en el inicio de la campaña correspondiente a este año, el ministro consejero de la embajada de Canadá en España, Mr. Stuart Savage, hacía determinadas puntualizaciones a un periódico de ámbito estatal con la intención de que los lectores españoles se formaran «una idea más justa de lo que representa la caza de focas en Canadá». El diplomático canadiense argumentaba que «las focas representan un recurso natural abundante y valioso», estando su caza «estrictamente controlada siguiendo criterios científicos». Añadía que «la caza de crías se encuentra prohibida», que «las focas capturadas son animales adultos» y que se emplean «métodos de captura rápidos e incruentos». Señalaba, finalmente, que tal actividad «forma parte de la vida cultural y social de las poblaciones nativas e innuits».

Terminada ya la campaña, sus argumentos se deshacen como el hielo del Atlántico Norte con la llegada de la primavera. Comencemos por lo de recurso natural. Recurso, según el diccionario, es el «medio de cualquier clase que, en caso de necesidad, sirve para conseguir lo que se pretende». Y esas necesidades y pretensiones varían grandemente: están definidas por cada sociedad, que delimita así lo que es o no es un recurso, más allá de que en el caso de los recursos naturales sea la Naturaleza quien los acabe proporcionando. La mera existencia de focas -incluso su abundante presencia- no implica que estos animales sean concebidos como recurso; ello es una elección social, no un imperativo ecológico. Y en cuanto a los criterios científicos aplicados a su explotación, sólo tienen sentido si un determinado integrante de la Naturaleza -en este caso alguien que late, oye, olfatea, contempla su derredor, aprende y siente- es considerado previamente como explotable.

Que las focas canadienses sean en 2006, por lo demás, un recurso abundante y valioso genera dudas fundadas. Si por abundante se quiere decir que hay tres veces más animales que a comienzos de los años 70, ello es cierto. Pero fue en aquel tiempo cuando las focas alcanzaron su mínimo poblacional, a consecuencia de las reiteradas cacerías. Si por valioso quiere también decirse que su piel, el principal producto de la caza, alcanza el doble del precio que tenía hace un lustro, resulta igualmente cierto. Pero también lo es que la piel de cada animal supone únicamente, y como media, 35 euros. Réstese a esta última cantidad el coste por foca sacrificada de jornales, combustible o equipo (coste unitario de explotación), y el beneficio obtenido por vida eliminada sólo puede calificarse de miserable.

En cuanto a que «la caza de crías se encuentra prohibida» y que en la misma se utilizan métodos «rápidos e incruentos» no parece un gran avance el que la mayoría de focas mueran tiroteadas en vez de apaleadas. O que se respeten las crías de pocos días a cambio de que las que tienen ya unas pocas semanas constituyan la mayor parte de las muertes. Pero otro de los argumentos tendenciosos -más bien cabría decir hipócritas- esgrimidos por el Sr. Savage, la afirmación de que la caza «forma parte de la vida cultural y social de las poblaciones nativas e innuits», sorprende por falaz. ¿Qué tiene que ver la herencia cultural india y esquimal con la presente carnicería? ¿No será, más bien, que traicionado por su subconsciente, lo realmente reivindicado por el diplomático es el pasado trampero del Canadá que impelió a las poblaciones blancas hacia el norte -al igual que el pasado vaquero estadounidense las desparramó hacia el oeste- llevándose por delante, en ambos casos, a las poblaciones nativas? ¿No será, en suma, el espectro de la mismísima Hudson´s Bay Company -el emporio del comercio de pieles fundado en el s. XVII- quien habla por boca del representante canadiense?

Canadá es el sexto país más rico del mundo en términos de PIB por habitante y ocupa el quinto lugar en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. No les falta a los ciudadanos canadienses motivos para estar orgullosos de su edificio social. En los últimos lustros, los distintos gobiernos de Canadá han hecho importantes esfuerzos (y desembolsos) para la promoción en el mundo de una sociedad que se autocalifica de avanzada, abierta y multicultural. Pues bien, los 14 millones de euros que dejó en 2005 la matanza de focas no llegaron a equivaler al 0,002% del PIB canadiense del pasado año, menos de dos cienmilésimas partes del total. Suprimir a partir de 2007 la cacería supondría la acción económicamente más barata para mejorar la hoy maltrecha imagen internacional de Canadá: además de contribuir al equilibrio presupuestario, ahorrando dinero público en promoción, daría a cientos de miles de focas una oportunidad para vivir.

Por cierto, que si en algún momento futuro la recuperación demográfica de las focas canadienses condujera a una real superpoblación en relación al alimento marino disponible -alimento esquilmado, por lo demás, por las pesquerías humanas- existen otras soluciones de control poblacional menos brutales que la carnicería de bebés-foca. Una población de mamíferos como las focas puede regularse tanto desde la mortalidad como desde la natalidad, del mismo modo que la estabilización de otras poblaciones de mamíferos como las humanas no requiere necesariamente del infanticidio.

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