Luis Francisco Herrero
Arquitecto
“El clima y el paisaje, como el sonido y los habitantes del núcleo urbano, son todos parte de este entorno que da razón de ser a la arquitectura y, a la vez, la obligan a defenderse, acoplarse o aprovecharse de las circunstancias ambientales que la rodean”” Rafael Serra, ARQUITECTURA Y CLIMAS: GG, Barcelona. 1999 “El capitalismo generalizado no puede dejar de destruir el planeta del mismo modo que destruye la sociedad, ya que las bases imaginarias de la sociedad de mercado se apoyan en la desmesura y en el dominio sin límites” ECOFASCISMO O ECODEMOCRACIA, Serge Latouche en LE MONDE diplomatique (edición española). Noviembre de 2005
Sostenible viene de sostener y sustentable de sustentar, las cosas se sostienen desde fuera pero se sustentan desde dentro. La creencia popular, extendida durante el siglo pasado, de que el progreso solucionaría los inconvenientes que origina –es decir, la fe en la sustentabilidad del progreso- comenzó a entrar en crisis cuando se comprobó que, como consecuencia de la actividad humana en la senda del progreso, empezaban a aparecer señales de la existencia de un cambio climático, cuyas consecuencias impredecibles no podrán solucionarse por los adelantos que ese progreso procura. Por ello, a finales del siglo XX, el concepto ‘progreso’ –donde el bienestar social se alcanza por el crecimiento económico- fue sustituido por ‘desarrollo sostenible’ –donde bienestar social y crecimiento económico deben equilibrarse con la necesidad de preservar los recursos ambientales para las generaciones futuras.
La actividad humana por excelencia es la arquitectura. Al hacer arquitectura los humanos nos dotamos del necesario espacio privado que nos convierte en personas –hominizándonos- y también del necesario espacio público que convierte a las personas en ser social –humanizándolas. El ser humano necesita la arquitectura para establecerse y entender el mundo. Necesita transformar el espacio genérico en lugar habitable producido artificialmente. La arquitectura es inevitable y necesaria para el ser humano, por lo que mientras el ser humano habite la Tierra, se producirá y consumirá. Las personas socializadas producimos cultura, cultura que, a su vez, retroalimenta a la arquitectura. Y la cultura actual exige sostenibilidad, por lo que la arquitectura debe ser sostenible.
Para hacer arquitectura sostenible, es necesario contar con un modelo de urbanismo sostenible –al menos a nivel regional-, a partir del cual definir los distintos instrumentos de planificación urbanística sostenible –mediante metodologías que permitan la participación ciudadana-. Sobre esta planificación sostenible, finalmente, se construirán edificios sostenibles. Un edificio es sostenible si en su concepción, ejecución e implementación de tecnologías –por este orden- contribuye al perfeccionamiento de la persona en su doble condición de ser consigo (habitar) y ser con los demás (poblar), de manera compatible con la sustentabilidad del planeta. Para ello, se atenderá, en primer lugar, a los ingredientes del proceso edificatorio sin o con pequeños sobrecostes en el precio final (diseño bioclimático –orientación, ventilación, soleamiento y protección solar …- elección de materiales apropiados –ecológicos, reciclables …- industrialización –reutilización, multifunción …- etcétera). Es de sentido común que sólo después de aplicar estas decisiones, es posible acudir a los ingredientes que suponen sobrecostes importantes. Actuar al revés, es decir, añadir costosísimas instalaciones domóticas y de energías renovables a edificios convencionales es dar gato por liebre. Está demostrado que con un sobrecoste inferior al 5%, es posible conseguir un 30% de reducción en consumo energético y 50% en emisiones de CO2, siempre que haya una correcta gestión de los dispositivos bioclimáticos por parte de unos usuarios sensibilizados. Todo lo contrario de lo que recoge la publicidad de las promociones ‘sostenibles’ basadas exclusivamente en la implementación de costosísimas tecnologías que incrementan el precio final y, con ello, el beneficio de sus promotores.
Sólo personas educadas, que sepan qué deben exigir a su ciudad, a su barrio, a su vivienda, a su lugar de trabajo, etc para que puedan ser considerados sostenibles, serán capaces de distinguir las liebres de los muchos gatos con los que intentan engatusarles en este trascendental tema. No se puede reducir el consumo de arquitectura, pero su producción debe ser sostenible.
Pero, aunque la arquitectura sea sostenible, no se alcanzará el objetivo de que el planeta sostenga unas condiciones compatibles con la vida humana, sin corregir el rumbo del capitalismo generalizado que, en su camino hacia ‘la desmesura y el dominio sin límites’, ha multiplicado por cuatro el consumo de energía por persona al día en el mundo durante el pasado siglo XX, con una contribución mayor por habitante de los países desarrollados. Transformar energía para hacer funcionar nuestros inventos, produce emisiones capaces de provocar un cambio climático de consecuencias imprevisibles. Hoy, en el tercer milenio, el ‘desarrollo sostenible’ es un concepto insuficiente que está siendo reemplazado por las teorías de ‘decrecimiento’. Un compromiso de solidaridad obliga a los habitantes de los países desarrollados a la contención en el consumo y transformación de energía hasta que todos los habitantes de este pequeño planeta alcancen el bienestar que gozamos algunos pocos. Reducir el consumo o, al menos, no aumentarlo debe ser el reto personal de cada uno para transmitir a las generaciones venideras un medio ambiente en condiciones decentes. Y aquí vuelve a ser importante la educación.
Enseñar los principios de la arquitectura sostenible y los motivos de la conveniencia de los programas ‘políticos’ de decrecimiento son los objetivos de una educación capaz de construir una sociedad alternativa que haga posible la sustentabilidad de las condiciones del planeta Tierra para albergar vida humana.
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