Emèrit Bono
Catedràtic de Política Econòmica
Creo que una preocupación básica de los que escribimos en este colectivo es la vida misma y sus diversas manifestaciones. En especial, la vida de los seres humanos en sociedad: de ahí la preocupación por el entorno (l´Horta, Cabanyal), la contaminación, la sustentabilidad medioambiental de la actividad humana, etc. Esa preocupación me lleva a plantearme alguna cuestión relativa a los cambios que el capitalismo actual está experimentando (¿capitalismo posmoderno?) y su incidencia en la vida de los individuos.
En efecto, el actual estadio del capitalismo se apoya en la mercantilización del tiempo, la cultura y la experiencia de vida, frente al viejo capitalismo basado en la mercantilización de la tierra y de los recursos, la mano de obra y la producción de bienes y servicios básicos. El nuevo capitalismo de economía-red aumenta el número y la velocidad de las conexiones, acorta la duración de los procesos, mejora con ello la eficiencia y hace la vida más cómoda al transformar en servicio todo lo que podamos imaginar.
Recientemente J. Rifkin ( “La era del acceso” ) se ha preguntado que cuando la mayoría de las relaciones se transforman en relaciones comerciales y cuando la vida individual resulta mercantilizada las veinticuatro horas del día... ¿qué ámbito queda para las relaciones de naturaleza no comercial, las relaciones de parentesco, de adscripción religiosa, de identificación étnica y las preocupaciones solidarias y cívicas?; ¿qué sucede con las relaciones recíprocas de tipo tradicional que surgen del afecto, el amor y la lealtad?
En la misma línea de preocupación se enmarcan los recientes estudios del sociólogo R. Sennett ( “La corrosión del carácter” ) y del economista M. Carnoy ( “El trabajo flexible en la era de la información” ), analizando las consecuencias de la creciente flexibilidad laboral que es consustancial con el nuevo capitalismo en la conformación del carácter de las personas (Sennett), o en minar las bases comunitarias tradicionales (Carnoy).
Según Sennett, la cultura moderna del riesgo se caracteriza por la acción, porque no moverse es sinónimo de fracaso, y la estabilidad parece casi una muerte en vida. Por lo tanto, el punto de llegada importa menos que el acto de partir... quedarse quieto equivale a quedar fuera de juego. Y termina su investigación advirtiéndonos “que un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar durante mucho tiempo su legitimidad”.
En dirección semejante se mueve la investigación de Carnoy, que nos indica que el trabajo se está transformando como consecuencia de la competencia global y las nuevas tecnologías de la información y comunicación, posibilitando así una mayor flexibilidad productiva de las empresas; lo cual les permite a éstas responder con el rápido cambio de los productos a escala global, el márketing personalizado y la entrega just-in-time . “Sin embargo, añade Carnoy, la flexibilidad también aísla a los trabajadores de las instituciones sociales que sostuvieron la anterior expansión económica. Si no surgen, y rápidamente, nuevas instituciones integradoras que sostengan las nuevas organizaciones del trabajo, el desarrollo y la cohesión social requeridos para el crecimiento económico a largo plazo se verán amenazados”.
Los tres diagnósticos coinciden en que el nuevo capitalismo disuelve los mecanismos psicológicos y sociales de integración del individuo, poniendo en peligro la continuidad de la nueva economía e incluso de la propia sociedad. Sin embargo, los mencionados autores propugnan salidas a esta situación un tanto distintas. Rifkin ofrece una solución genérica en su libro “La era del acceso” , donde trata de que nos preguntemos en qué mundo merece la pena implicarse, a qué tipo de experiencia vale la pena acceder. De la respuesta a estas preguntas dependerá la naturaleza de la sociedad que vamos a construir en el siglo XXI.
La salida que propugna M. Carnoy se mueve en la perspectiva de rearticular la integración social a través de un fuerte compromiso de la ciudadanía, especialmente a nivel local, en la creación de comunidades de conocimiento ampliadas (para mejor comprensión de este concepto, puede leerse mi artículo en el último número de la revista “Pasajes”). Por último Sennett tan solo ofrece su diagnóstico, pero se muestra escéptico respecto a cualquier salida.
Vuelvo al principio. A los que estamos a favor de la vida, en especial la de los seres humanos, nos preocupa la disolución de los lazos de cohesión social que el nuevo capitalismo está generando. En este sentido, pensamos que es una idea fuerte y sugerente pensar la “comunidad” conforme a la idea de que cada uno sirve a sus semejantes no por lo que uno pueda recibir a cambio, sino porque (mi semejante) necesita de mis servicios. En otras palabras, y coincidiendo con G.A. Cohen, el requisito central de la “comunidad” de la que hablamos es que a las personas les importe y, cuando sea necesario y posible, se preocupen por la suerte de los demás. Y también que les importe preocuparse los unos por los otros. Esta idea de “comunidad” va más allá de la pura asociación de intereses, ya que se centra en la persona en sus múltiples dimensiones (no sólo la egoísta, sino también en la altruista, etc.), lo cual generará un proceso de integración social más potente.
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