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Publicado el 3 - 7 - 2005 en Levante - EMV
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Árboles, árboles y más árboles

Trini Simó

Profesora de Historia del Arte, Universitat Politècnica de València

“Los árboles son bonitos, pero también aportan valiosos beneficios medioambientales. Son el aire acondicionado del planeta, pero sin sus efectos nocivos“”En las ciudades cumplen la misma función: las ciudades sin árboles son más pobres”. (H.Girardet “Ciudades para una vida urbana sostenible”)

Con frecuencia, en nuestros paseos por la ciudad, Miguel Gil Corell, un buen amigo, fiel en la amistad y amante de la naturaleza, que desgraciadamente ya no se halla entre nosotros, insistía en la necesidad de tener árboles, más árboles, decía, pues éstos nunca serán bastantes. Y recordaba algunas ciudades donde el árbol era el compañero inseparable del ciudadano. Siempre ciudades del norte de Europa. Y no me estoy refiriendo a los que pueda haber en los parques o jardines, naturalmente necesarios y bien venidos, sino a los que se encuentran en la propia ciudad, en la ciudad dura, de cemento y ladrillos, con casas, calles, aceras y monumentos.

El árbol urbano, por todo lo que nos aporta, belleza, filtración del aire, lluvia, drenaje del suelo, ornamentación para los edificios, tamización del ruido, potenciación de los sentidos sensoriales, reducción del estrés urbano, sombra-tan necesaria para nuestro clima, cada vez más caluroso-, murmullos, humanidad, y belleza, belleza y belleza, debería de ser nuestro compañero fiel y tendría que estar presente, como en las ciudades arboladas del norte, en todas las calles, en todas las plazas, en todos los recodos, en todas las avenidas. Según estudios científicos, un árbol, además de absorber y limpiar el polvo contaminado de la ciudad, transpira hasta 400 litros de agua diarios, con lo cual refresca su entorno. Si queremos ayudar a que la ciudad mejore sus condiciones medioambientales y que restañe en parte las heridas que venimos inflingiéndole en aras de una modernidad muy mal entendida, si queremos que sea más pacífica, hermosa y saludable, necesitamos la constante presencia del árbol, para que conviva de manera natural con la ciudad.

La reforestación urbana forma parte de un programa que se está introduciendo en muchas ciudades del mundo, sobre todo en Australia, Canadá, Estados Unidos, Alemania e Inglaterra. Girardet explica que el forestador urbano James Schimdt asegura que 50 millones de árboles en la ciudad de Sant Louis, que vendrían a ocupar tan sólo el cinco por ciento de su superficie urbana, limpiarían 455.000 toneladas de emisiones de dióxido de azufre. Nosotros tenemos un próximo y hermoso ejemplo: En Picanya, a lo largo de los últimos 10 años, se han plantado árboles en todas sus calles, con lo que cuenta con más de dos árboles por habitante. Magnífico e insospechado impulso en medio de la depredación sistemática que sufre nuestra huerta.

En cuanto a Valencia, un corto paseo y un rápido recorrido por nuestra memoria urbana nos sitúa en la realidad: la ciudad ha crecido, pero ese crecimiento de edificación no se corresponde, ni de lejos, con un crecimiento de la masa arbórea. Además, los árboles no reciben los cuidados que necesitan, no son demasiado respetados por el ciudadano, están siempre sometidos a los imperativos del tráfico rodado; el aparcamiento sobre las aceras daña gravemente sus troncos y a menudo es la moda la que dictamina la especie que se escoge, olvidando su adecuación al lugar donde se instalan.

Por otra parte, en muchas zonas donde ya existían árboles crecidos y frondosos éstos han desaparecido. Por ejemplo, el pequeño y encantador grupo de chopos en la confluencia de las calles Colón con don Juan de Austria, que elevaban su grácil y recto porte, como una ligera respuesta a los edificaciones que le rodeaban; o las moreras que sombreaban los caminos que circundaban la ciudad y que conectaban con las sendas que se adentraban en la huerta; o los grandes plátanos que bordeaban, magníficos, la Avenida del Puerto –tan de actualidad por un proyecto municipal desafortunado- y que proporcionaban una beneficiosa sombra estival que se alargaba hasta el mar. Todos ellos fueron o han sido, con diferentes excusas, arrancados. En algunos puntos, como a lo largo de la calle de Colón, los árboles existentes fueron, no hace mucho, sustituidos por otra especie no adecuada, tanto por su porte como por ser de hoja perenne. Y en otras muchas zonas, pensemos en la Gran Vía Marqués del Turia, los árboles se han conservado, pero perviven con dificultad debido al intenso tráfico que orilla por ambas partes los jardines.

Y ¿qué pasa con aquellas zonas o plazas, vacías de masa arbórea y por lo tanto desoladas? En algunas partes, como ocurre en la que está situada en la Calle de Guillem de Castro, tras el Muvim, es una tierra sedienta de vegetación, una especie de erial con cuatro árboles mal plantados, a pesar de que su destino sólo puede y debe ser el de jardín, ya que se encuentra entre edificios históricos, a continuación del jardín del viejo Hospital, hoy Biblioteca Central, el citado Muvim, el Colegio del Arte Mayor de la Seda y la encantadora iglesia de Santa Lucía. ¡Imagínense qué grado de interés urbano alcanzaría este punto, con un arbolado que uniera los diferentes edificios mencionados al mismo tiempo que oxigenaría todo ese espacio y fuera lugar de esparcimiento para los barrios próximos! Y en cuanto a plazas, cabría pensar en la del Ayuntamiento y en la de La Reina que, por distintas razones, la primera porque pretende ser el regazo sempiterno de cohetes y petardos, y la segunda por dedicarse, cual guardia urbano, a distribuir el intenso tráfico rodado, no contienen el arbolado que deberían (atrévanse a cruzar la del Ayuntamiento en uno de los infinitos días de calor que soportamos).

Y también habría que hablar de los árboles que, bien en horrendos maceteros bien en el suelo, sus raíces, que necesitan poder respirar, yacen sepultadas bajo el cemento. Esto es particularmente ostentoso en la plaza recién diseñada (antes fue durante años un aparcamiento a pleno sol) de la Universidad. Los naranjos (árbol de hoja perenne y con copa de escaso desarrollo, por lo tanto inadecuado para ofrecer sombra) surgen del enlosado y comparten su tristeza con algunos pocos bancos, estos sin respaldo. Todo un ejemplo de plaza dura ¡Éste sí que es un diseño “minimalista”, tan mínimo, que no se ha pensado ni en las necesidades del árbol ni en las del ciudadano!

Necesitamos árboles, por todo lo anteriormente dicho y por el clima que tenemos, progresivamente más caluroso, y por la cada vez mayor contaminación que padecemos. Y necesitamos, a nivel del planeta, que las ciudades sean más verdes y más humanas.

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