Adolfo Herrero
Arquitecte
En un reciente viaje profesional a Suiza, país donde la profundización en la democracia participativa alcanza niveles ejemplares, nos contaba nuestro acompañante de grupo el procedimiento -obligado y asumido de buen grado por todos- para la construcción de nuevos edificios en el ámbito rural. Cualquier propietario de terreno que pretenda levantar una casa, granero, almacén de maquinaria o de servicios debe construir en el lugar escogido un armazón de madera cuyas aristas perfilen el volumen del edificio a implantar. Tal estructura quedará expuesta al criterio de los vecinos durante un periodo de tiempo para que cada cual exponga las alegaciones que considere oportunas –se entiende que razonablemente formuladas- y manifieste los beneficios o perjuicios que, para sí, para la comunidad o para el entorno puedan derivarse de la intervención. Si no recibe objeciones por parte de nadie el edificio puede construirse. Este particular método de aproximación, eficiente aunque un tanto arcaico, en la ciudad se desarrollaba a partir de otras herramientas más complejas pero de similares resultados participativos. En ella adquieren ya especial relevancia los programas informáticos al servicio de las nuevas demandas que la sociedad plantea.
Ciertamente, en poco más de una década hemos asistido al avance imparable de esas herramientas impensables hasta el momento. Así, en el campo del diseño gráfico y con precisión mas o menos realista estamos asistiendo a ejemplos recientes de simulación de escenografías virtuales de gran escala asociadas a la publicidad que permiten, a partir de la estampación de imágenes en tela de gran ligereza y resistencia, no sólo convertir un edificio en gigantesco soporte publicitario, exhibiendo nuestros más oscuros objetos de deseo, sino simular el estado finalista de una obra en proceso de construcción o de rehabilitación, o, simplemente, ocultar su demolición.
Una herramienta con estas prestaciones, al actuar a la escala real del objeto cuando se utiliza un soporte tridimensional, se convierte en un oportuno método analítico para garantizar, con infinita mayor precisión que la representación plana de la perspectiva convencional o en 3D de pequeño formato, su definición; método mucho más adecuado para valorar la volumetría, la escala, la forma y la composición del objeto o del edificio a implantar en un determinado enclave paisajístico sea urbano o “natural” y que, por tanto, se revela como una eficaz aproximación a su estado real.
Atendiendo a este objetivo: él análisis del paisaje urbano para determinar la incidencia de las intervenciones arquitectónicas en él, son ya conocidas algunas actuaciones de mayor o menor escala. Una de las primeras (1991), en el Berlín unificado tras la caída del muro, fue la reconstrucción visual en tela del Hohenzollern Schloos (el palacio imperial prusiano) que ocupaba antes de la guerra el centro de la Spreeinsel –conocida como Isla de los Museos-, demolido y reemplazado por el Palast der Republik de la antigua RDA. Aquí, ciudadanos y gobernantes preocupados por la recuperación de la memoria histórica y la recomposición escenográfica de la antigua capital, determinaron la intervención pendiente aún del desenlace.
En otros casos, como en Granada (1998), la reproducción en lona del edificio Zaida proyectado por el arquitecto álvaro Siza, definitivamente no autorizado por los responsables políticos competentes en la materia, pretendía calibrar, como en el procedimiento suizo, la intervención de un edificio de nueva planta a insertar en un área central de la ciudad incluida en el conjunto histórico-artístico de la misma.
Pues bien, apliquémonos a nuestra ciudad donde existe un buen número de enclaves cuya singularidad es idónea para practicar el método. Lugares que requieren de todos nuestros esfuerzos para evitar nuevos desastres paisajísticos derivados de intervenciones irresponsables como el increíble edificio en construcción en terrenos del Balneario de las Arenas; o pretendidamente “provocadoras” como el IVAM ampliado. Y cómo no, el antiguo jardín del Colegio de S. José, el mal llamado “solar de Jesuitas”; el más famoso de Valencia, situado en los límites del Primer Ensanche y asomado al viejo cauce del Túria; integrado en el Conjunto Histórico de la ciudad y contiguo al jardín histórico más antiguo y valioso que poseemos.
¿Acaso no merece un examen equivalente a los descritos, cuando propietario y autoridades –los únicos partidarios de su bondad- se obcecan en construir un hotel en esa singular parcela?
Da lo mismo sea cual sea su destino, bastaría con una estructura andamiada de altura equivalente (42 m.) a las 11 plantas del edificio, para conformar de manera estable su perímetro, revestida en tres de sus caras (las de mayor incidencia urbana: el Túria, el Jardín Botánico y la Gran Vía de Fdo. el Católico) con la tela impresa de sus fachadas. Su permanencia en el lugar durante un mes sería suficiente para zanjar la consulta. El coste económico de esta simulación previa e imprescindible no es elevado frente a las expectativas de negocio a las que aspira su promotor, quien debe demostrar que su pretensión no incide negativamente en un paisaje urbano tan singular como el que nos ocupa. La Administración -Ayuntamiento y Generalitat-, que defiende el interés general, así lo debe exigir. Si el primero entiende por suficiente su contribución con el Jardín de las Hespérides, se equivoca: la resolución de una parte del problema no acaba con él. El interés de la segunda, cuya competencia en la cuestión es inequívoca, está por demostrar; eso sí, con la Bienal destina 4,2 millones de euros a “reflexionar” sobre la Ciudad Ideal.
Cuando asistimos en nuestros solares, travestidos a golpe de talonario, a la exhibición impúdica de la desidia y la ineficacia política convertidas en “arte”, ¿no merece una reflexión nuestro solar más emblemático, el único de la ciudad limpio, desescombrado y que no pide ser redimido con edificio alguno?
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