Trini Simó
Profesora de Historia del Arte, Universitat Politècnica de València
“Inútilmente, magnánimo Kublai, intentaré describirte a Zaira, la ciudad de los altos bastiones. Podría decirte de cuántos peldaños son sus calles en escalera, de qué tipo los arcos de sus soportales, qué chapas de cinc cubren los techos; pero ya sé que sería como no decirte nada. La ciudad no está hecha de esto, sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado: la distancia hasta el suelo de una farola (… ) el hilo tendido desde la farola hasta la barandilla de enfrente y las guirnaldas que empavesan el recorrido del cortejo nupcial de la reina….” Italo Calvino - ”Las ciudades invisibles”
El cine Capitol fue realizado por Joaquín Rieta Sister en 1930. Es un buen ejemplo de la primera arquitectura racionalista en Valencia en su vertiente más expresiva y menos ideológica y pura, el llamado Art Deco. El racionalismo en general fue tardío en España, y en Valencia podemos empezar a verlo sólo a partir de los años treinta. El Capitol, situado en la calle Ribera,16, próximo al cine Rialto y al edificio Cervera, ambos en la plaza del Ayuntamiento y este último también de Rieta, o la llamada Finca Roja son, junto a algunos otros, los mejores ejemplos de esta línea del Movimiento Moderno, que logró abrirse camino a partir de la Segunda República. Joaquín Rieta Sister, junto a Cayetano Borso, Enrique Viedma o Luis Albert fueron sus arquitectos más brillantes.
El Capitol, a pesar de haber sufrido ya algunas intervenciones, duras y sin ninguna sensibilidad, que afectaron sobre todo al hall de entrada y posteriormente a la parte inferior de su fachada, guarda todavía algo de la dignidad que tuvo entonces. Con planta baja -que más vale olvidarse de ella para no entrar en furor-, tres pisos y dos torres flanqueando la edificación, es toda ella de ladrillo visto y el juego estético se basa gran parte en ello. Si la fachada estuviera limpia podríamos ver que el ladrillo, de dos colores, rojizo y arena, subraya sutilmente cenefas, ventanas, cornisas y todo un juego de verticales y horizontales que parecen ser como una contestación imaginativa al ritmo de pilares y vigas de la estructura. Pero es quizás en su interior, también tristemente retocado, donde el Art Deco mostraba su coherencia y finura.
A partir de los años ochenta, tanto la Conselleria de Cultura como el Ayuntamiento protegieron la edificación, defendiendo su rehabilitación contra la idea de derribo y condicionando su interior a un uso compatible con su planta y estilo original. Sin embargo, a partir del 92, el Ayuntamiento mantiene una postura muy diferente: defiende sólo la fachada, de manera que la propiedad ha tenido el camino abierto para pedir el derribo del interior, la elevación de dos plantas más una terraza pergolada, la introducción de un sótano y el cambio de uso, pues pasará a ser un edificio de oficinas. La citada Conselleria también ha modificado sustancialmente el nivel de protección y ha transigido, exigiendo sólo y con voz queda, que también se respete la primera crujía, es decir, la zona de la entrada. En definitiva, fachadismo y olvido del interior, como si éste no formara parte esencial de la obra.
Esto no deja de ser un caso más dentro de la típica historia valenciana respecto a su patrimonio. En la actualidad, en cualquier ciudad europea, poseer un edificio así constituiría un motivo de orgullo y sería de urgente necesidad su restauración y uso. Podría ser un anexo o prolongación de la Filmoteca, pues su sala de proyección tiene un aforo muy reducido y, siempre saturada de público debido a su excelente programación, a menudo gran parte de éste queda en la calle sin poder entrar. La actividad y la proyección social de la Filmoteca se beneficiaría notablemente. No olvidemos que Valencia tiene un numeroso sector de gente muy aficionada al cine.
El cine Capitol es una imagen de nuestro pasado y por ello forma parte, construye nuestra ciudad actual. No se puede derribar, trastocar, deshacer, manipular lo que ya está dentro de las experiencias personales de los ciudadanos. Esos espacios y construcciones llenos de sentido, ya tengan un propietario o sean de la Administración, son parte del imaginario urbano, están en la memoria colectiva, esa memoria que nace y se desarrolla pausadamente, y poseen un peso público importante. Es ahí donde reside su valor histórico y social.
Por otra parte, el carácter propio de las ciudades viene en gran medida marcado por su arquitectura, sobre todo por aquella que forma parte de su historia. Y como la ciudad es fundamentalmente un sistema de relaciones, no se trata de salvar aquí una fachada, allá una chimenea y más allá un pequeño conjunto. El patrimonio debe de tratarse de una manera seria, valorando su imagen, su estética, su contenido histórico y social y su ubicación. En este sentido, el Capitol no solo está en el corazón de la ciudad histórica, sino también en una parte específica que fue construida a principios del siglo veinte: mantiene una relación con las construcciones que le rodean y con una serie de cines y teatros que se ubicaron en toda esta zona, como el Suizo, el Rialto, el Metropol, el Olimpia, el Eslava, etc., testimoniando las necesidades, actividades y gustos de nuestro pasado.
Seamos sensatos, seamos sensibles: incluso si se le quiere dar otro uso, existen maneras para hacerlo sin dañar ni su interior ni su fachada. Pero para ello se necesita una cierta flexibilidad y no pretender sacar el máximo provecho económico, infravalorando y olvidando el sentido de la propia edificación y todo lo que se sustrae y pierde: la memoria histórica. Ésta, como he dicho, se forja lentamente, día tras día de nuestra existencia y de la de aquellos que nos precedieron, pero puede, no obstante, ser eliminada en un momento. Si esto ocurre, quedará una herida en el lugar. Nada es impune. Y esa herida también entrará en nuestros recuerdos personales, en nuestra percepción urbana y en nuestro sentir colectivo.
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