Abastos y Colón, dos modelos de rehabilitación

Los mercados públicos fueron uno de los equipamientos que más caracterizaron la ciudad moderna en sus inicios, en el siglo XIX. Su construcción permitió mejorar y desarrollar la llamada Arquitectura del Hierro. Pero en el último tramo del siglo XX su actividad decayó, por razones en las que ahora no podemos entrar. En consecuencia, muchos tuvieron que cerrar, surgiendo así el problema y la oportunidad de qué hacer con ellos.

La ciudad de València ha visto cómo en los últimos años, varios de esos mercados cesaban en el ejercicio de la función para la que fueron construidos. No es un caso aislado, ni excepcional; otros equipamientos públicos de la ciudad decimonónica han perdido sus funciones o han visto dificultado su vida normal, deviniendo obsoletos: cárceles, cuarteles, psiquiátricos,… pero también grandes instalaciones privadas: conventos y monasterios, asilos, fábricas,… Hay dos casos en València que resultan ejemplares de lo que se puede hacer con este tipo de instalaciones; en sentido opuesto y con resultados bien distintos: los mercados de Abastos y de Colón.

Ambos están situados en un tejido urbano de Ensanche, es decir, tramas urbanas en retícula, más o menos ortogonal, con predominio de las manzanas cerradas, sin edificios exentos. Aunque con alguna diferencia en el perfil social —el barrio donde se ubica el Mercado de Colón tiene un perfil mas burgués que el de Abastos, caracterizable como más popular— los dos barrios coinciden en un déficit de dotaciones públicas muy alto. Son tejidos urbanos de alta densidad, sin apenas equipamientos públicos, ni espacios libres; tramas construidas a lo largo de dos siglos sin una previsión ni reserva de suelo para albergar las dotaciones que hoy la sociedad demanda. El cese en la actividad de los mercados abría una oportunidad para introducir unos equipamientos de los que ambos barrios estaban (y están) tan necesitados. Así ha sido en el caso de Abastos, donde una rehabilitación modélica ha permitido la construcción de un instituto, piscinas, comisarías de policía, dependencias administrativas municipales, aulas para actividades culturales,… Por contra, el proyecto desarrollado en el Mercado de Colón no ha supuesto la incorporación de equipamiento alguno. Su rehabilitación se ha dilatado durante años, en los que los titubeos y los cambios de criterio han sido la nota dominante. Las propuestas pasaron por albergar un espacio polideportivo, una piscina olímpica y de competición, un centro social y cultural, hasta… el centro comercial, que finalmente se ha ejecutado.

La rehabilitación, desde un punto de vista estructural, ha sido espectacular: las técnicas más novedosas y avanzadas han sido utilizadas (con unos costes económicos mantenidos casi ocultos y que uno puede sospechar como muy elevados). Y todo ello, ¿para qué? Para desarrollar una actividad comercial en una zona que ya está saturada de comercio, comercio de lujo. El antiguo Mercado de Colón hoy alberga media docena de tiendas de relumbrón (floristerías, bombonerías, cerámicas y porcelanas,…), un par de cafeterías chics, dos elegantes restaurants, y la mayor parte del sótano ocupado por una cadena de grandes almacenes, que dispone de varios centros próximos; junto a un aparcamiento, que ha justificado la necesidad de excavar por debajo de la estructura original del Mercado. No parece que la importante inversión, de dinero público, de dinero de todos, no se olvide, esté justificada por los resultados.

Desde el punto de vista del diseño, el proyecto desarrollado contradice el concepto original del Mercado. El mercado original tenía estructura de plaza, de plaza cubierta y abierta lateralmente, pero de plaza al fin. Resulta lógico si tenemos en cuenta que venía a sustituir a los antiguos mercados que se desarrollaban en la vía pública. Era pues un espacio tratado como una plaza (aunque vigilado y controlado): un plano que favorec una visión global del conjunto. La apertura de un inmenso foso para el acceso al sótano, ha roto el concepto originario. Sospecho que esta modificación deriva de la necesidad de evitar que el sótano sea un espacio totalmente cerrado, poco agradable y atractivo desde el punto de vista comercial, aunque este razonamiento “productivista” se entiende poco cuando se observa el despilfarro de espacio que se produce en superficie: no llegan a una decena los comercios en ella instalados.

El caso de Colón no es un ejemplo aislado. Han sido demasiadas las instalaciones públicas que han desaparecido, recalificadas y reconvertidas en terrenos edificables lucrativos (cuarteles de Aviación de Jacinto Benavente y Serrano Morales; antiguo Hospital 18 de Julio,…), una situación que se ha extendido a otras instalaciones privadas que desaparecieron tras su reconversión: cines —el Rex como caso llamativo—, colegios…

Que no fueran propiedad municipal no justifica esta transformación, porque el Ayuntamiento sí podía haber evitado estos cambios por la vía del planeamiento. Quedan todavía en la Ciudad bastantes equipamientos públicos e instalaciones privadas dotacionales (los cuarteles de la Alameda entre otros son el caso más emblemático) como para reclamar y exigir a la Corporación Municipal la adopción de medidas que impidan su desaparición.

La comparación entre los casos de Abastos y Colón es concluyente. En un caso el barrio ha obtenido una serie de espacios para desarrollar actividades sociales, culturales y deportivas; en el otro, se han sumado unos pocos comercios a una zona que ya presenta una gran saturación de ellos. Pobre balance para una inversión pública que cabe suponer muy elevada