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Publicat el 27 - 6 - 2004 a Levante - EMV
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En defensa de la lentitud

Carlos Solà Palerm

Arquitecte

¡No corras, ve despacio, / que adonde tienes que ir es a ti solo! / ¡Ve despacio, no corras, / que el niño de tu yo, reciennacido / eterno, / no te puede seguir! Juan Ramón Jiménez.

En un reciente reportaje de la televisión francesa sobre Túnez, se preguntaba a unos niños que viven en zona limítrofe con el desierto cuál era su principal sueño. Las respuestas eran variadas, ver el mar, poder viajar algún día a la Luna, que desaparecieran las guerras etc...; uno de ellos sorprendió:

- Ser tortuga .

-¿Por qué ser tortuga?

- Porque las tortugas van lentas y viven muchos años .

Yo creo que el niño tunecino en su ingenuidad, pero con un gran sentido de la lógica y embebido por la paz del entorno de su hábitat, había captado muy bien el concepto de lentitud en la acepción más positiva del vocablo; es decir, como sinónimo de calma, tranquilidad, armonía.

Quizás en los denominados países desarrollados deberíamos reflexionar con mayor profundidad en este sentido dado que parece como si hubiéramos convertido el vocablo antónimo velocidad y desasosiego, en el “leit motiv” de nuestra existencia... Porque nos encontramos inmersos en una sociedad sometida al bombardeo de programas televisivos en los que el debate se ha transformado –salvo honrosas y casi heroicas excepciones- en una grotesca pantomima en la que personajillos histriónicos e histéricos gritan e insultan enloquecidos pero de los que ha desaparecido cualquier atisbo de cultura o de conexión con la realidad circundante; o en la que a la sana y comprensible expansión de los más jóvenes se ha superpuesto esa otra acepción de marcha y botellón como sinónimo de ocio y modernidad cuando básicamente se asemeja mucho a una carrera contrarreloj a ritmo vertiginoso de desplazamientos de uno a otro lugar de copas como una competición a lo guinness anotando el mayor número de lugares visitados. Aceleración que impregna casi todas nuestras actividades cotidianas desconociendo sin embargo el porqué y para qué.

Se circula como si nuestras calles fuesen autopistas, se construye a toda prisa y descontroladamente aunque dé igual cómo se urbanice y si ello responde a una demanda real –sólo en Valencia hay más de cincuenta mil viviendas vacías-; se sustituye una necesaria modernización en las infraestructuras de la red de ferrocarriles por el entronamiento del AVE sin importar si su trazado desarticula el territorio creando barreras negativas en áreas de alto valor paisajístico y agrícola; se destruyen centenares de hectáreas de huerta para crear zonas de actividades logísticas aunque antes de estar finalizadas algunos incluso de sus propios promotores nos sorprendan diciendo que ya están obsoletas.

Pero quiero ser optimista y positivo porque pienso que el término lentitud es ya un valor en alza. Filosofía de vida que en modo alguno tiene correspondencia con la desidia o el pasotismo, sino entendida como intento de recuperación y potenciación de unos valores casi perdidos o muy difuminados, pero que yo creo permanecen todavía latentes en amplios sectores de la población.

La historia pasa inexorable, las sociedades cambian, se avanza en muchos aspectos pero también se empeora e incluso retrocede en otros. Difícilmente podemos recuperar las añoradas –por aquellos que pasamos de los cuarenta– alamedas arboladas recorridas por pausados carros, las noches calmas en las que el silencio se rompía de vez en cuando por el grito entrañable del sereno, las tertulias vecinales en los albores del estío con “ la cadireta ” en la calle o ese vergel de huerta cuyo cielo azul intenso se salpicaba con miles de pinceladas de color de los danzantes “ catxirulos ” en los días de Pascua. Quizás todo esto y muchas más vivencias sólo queden en nuestro recuerdo, en algunos libros y en los archivos; pero lo que sí podemos recobrar es un poco de calma y defendernos contra quienes en su histeria y su ilimitada voracidad intentan engullirnos e implicarnos en una forma de vida que a muchos no nos gusta.

Probablemente el niño tunecino ignora que su sueño está en perfecta sintonía con quienes con amplio sentido de lo que significa cultura y desde la más actual modernidad, plantean propuestas de lenta pero segura evolución en el camino del progreso. Sirva de ejemplo la experiencia de la “cittaslow” (ciudades lentas) en la que más de 30 ciudades italianas de reducido tamaño se han involucrado con un programa común en la línea del urbanismo sostenible con un claro objetivo de mejora de calidad de vida urbana; y curiosamente su logotipo es un animalito más pequeño que la tortuga pero igualmente lento : el caracol.

Difícilmente una metrópoli como Valencia que se aproxima al millón de habitantes puede en la actualidad conseguir los ritmos, las cadencias de ciudades como Orvieto, Fiumicino o Positano (adheridas a cittaslow), pero sí incardinarse en la línea del desarrollo sostenible básicamente recogido en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Río 1992 y Agenda 21 Local), la Carta de las ciudades europeas hacia la sostenibilidad (Carta de Aalborg, 1994), en la Carta de Valencia (1995), o en el Plan de Acción de Lisboa (1996), entre otros.

Estoy convencido de que mirar de vez en cuando hacia atrás profundizando en nuestra historia con serenidad e incluso sumergirnos en la contemplación y análisis de otras formas de entender la vida aunque sea de países menos desarrollados es un sano ejercicio de humildad, que puede servirnos para conocernos mejor y progresar pausadamente, pero con la seguridad con que lo hacen la tortuga y el caracol .

Tal vez el evento que se nos aproxima en el 2007 (La Copa del América) sirva a algunos como coartada para seguir en la línea que a ritmo desaforado destruye Huerta, Patrimonio Histórico, Cultura e Historia. Yo prefiero quedarme con esa otra imagen de simbiosis equilibrada entre velocidad y la pausada, silenciosa y rítmica danza de los veleros que avanzan deslizándose con serena elegancia por las hermosas y calmadas aguas del Mediterráneo.

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