José María Nácher
Professor del Departament d'Economia Aplicada. Universitat de València
".. ahora llega la hora del desarrollo en las áreas rurales, o, por lo menos, tenemos una oportunidad para que esto suceda. Si no lo intentamos ya mismo, habrá que cerrar los pueblos de interior y colocar el cartel sólo se abre por vacaciones". (Lorenzo, J. Gerente del Grupo de Acción Local del Mezquín y Matarranya, Teruel, 2002. Estrategias de Recuperación de Población en Zonas Rurales. Instituto Madrileño de Investigación Agraria y Alimentaria)La civilización urbana se ha desencadenado y presta de nuevo su atención al campo. Ahora que en las urbes se avivan una vez más la melancolía, la nostalgia y el hastío, el escenario entrañable, la personalidad artesana y el sencillo y sabio campesino recuperan su atractivo. A lo largo de la historia, el territorio rural mundial cuenta con poca población, es el menos ocupado por el artificio humano, su modo de vida gira en torno a la actividad agraria, la naturaleza y el legado histórico dominan el escenario y allí todo parece “lento y tranquilo”. Las alternativas vitales en el mundo rural son casi siempre menores que en las ciudades. La agricultura, la ganadería, la biodiversidad, los pobres y desheredados se concentran bastante en el campo.
La urbe puede resultar agotadora, descorazonadora, fría. El campo relaja, allí
se percibe calor humano y, en la escala del tiempo biológico, el modo rural
de vida era compartido por todos hasta hace prácticamente nada. Al menos desde
la antigua Grecia, los melancólicos o inadaptados tratan de reparar las dolencias
urbanas con las cositas del campo, inyecciones emocionantes de soledad, indolencia,
amables conversaciones, rumores y aromas naturales, niños en libertad no vigilada
y cocina de la abuela, todas para ocultar efímeramente un ego urbano difuso
o atormentado. Los nostálgicos o realistas satisfechos tan sólo suelen pedir
al campo un flash-back territorial para recuperar inequívocos placeres asociados
a su pasado más o menos reciente.
Melancólicos y nostálgicos sostienen tendencias seculares cuya versión contemporánea
resulta de interés para el pensamiento progresista así como para organizaciones
y empresas capaces de conciliar su propio interés con los motivos de esta renovada
demanda rural: el voluntariado cooperante, la alimentación saludable y la gastronomía
autóctona, el turismo responsable, la producción artesanal en industrias de
consumo (textil, por ejemplo), el regreso temporal o final a la casa familiar
del pueblo, el turismo residencial en los mismos u otros pueblos, la localización
de un hogar que toque tierra en la periferia virtualmente rural de las grandes
ciudades y, sin duda, el turismo rural.
La mayoría de este público no renunciará a las ventajas urbanas. Nunca lo ha hecho. La gente de verdad hastiada de las urbes es una minoría y, si bien puede querer quedarse entre los pobres, los animales y los horizontes diáfanos del campo, el reto se revela actualmente enorme si los gobiernos (urbanos) no localizan recursos en las áreas rurales para la salud (agua potable, en primer lugar), la educación y, por si acaso, el contacto y el acceso a la vida urbana del campesino y, desde luego, de la nueva población. No sólo las áreas rurales más pobres del planeta carecen de los servicios públicos básicos sino que, además, tienen vedado el acceso de muchos de sus productos privados a los mercados urbanos más ricos, lo que contribuye a proteger en el mundo próspero el descendente voto campesino y, más aún, a sostener el complejo productivo sustentado en lo rural, incluyendo también a sus clientes, desde luego.
El territorio valenciano está afectado por la reedición del amorío ciudad-campo. Convencer a la gente joven de nuestros pueblos para que vivan donde nacieron es difícil. En cambio, empresarios urbanos e inmigrantes nacionales o extranjeros sin experiencia y/o raíces en el campo son productores rurales, logrando galardones de encanto y autenticidad en más de una ocasión. ¿Acaso esta dosis de fantasía es sin duda mejor al supuesto artificio banal de la cultura y turismo de masas que tanto horripila a algunos? Si el campo ha de recuperar la respetabilidad, alguien tendrá que vivir allí para preservar sus imprescindibles servicios. No lo harán los pobres si tienen ocasión de huir hacia la esperanza de la urbe, vana o no.
Obviamente, la solución no debe ser fácil si el principal hilo argumental de
esta historia se repite desde hace tanto. Pero, aunque sólo sea por higiene
intelectual, conviene preguntarse si ese renovado apetito rural responde o no
a la voluntad definitiva de la población urbana de instaurar entre las gentes
de cualquier rincón del planeta el elemental derecho a elegir el lugar donde
vivir como se quiera, muy artificialmente o tan naturalmente. Porque se puede
tener en cambio la impresión de que, de manera deliberada o no, se está creando
un parque temático rural del mundo mundial, escenarios y contenedores donde
comprar algo que “nos parece experiencia rural”, lo sea o no, nos lo ofrezca
una persona de allí o no.
Las consecuencias de un proceso irreflexivo de esta índole nunca han sido agradables.
Comentaris dels lectors sobre l'article
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| #1 | |
| "Si el campo ha de recuperar la respetabilidad, alguien tendrá que vivir allí para preservar sus imprescindibles servicios"... y completo: Y si los valencianos o los "dueños" de la tierra (sinceramente no creo que la tierra tenga dueños - simplemente se ama a la Tierra y la asumes como tuya) no la aceptan o la rechazan ... ¿No tendrían los "inmigrantes nacionales o extranjeros sin experiencia y/o raíces en el campo" deber para con la tierra y para con el futuro de labrarla y transformarse en productores rurales? - ¡Turístico o no! | |
| Enviat el 14-6-2010 a les 12.53 h | |
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