Maota Soldevilla
Profesora de la Escuela de Artes y Oficios
Para mí, una de entre las miles de satisfacciones que tienen las vacaciones, es poder leer desde un apacible lugar de veraneo, como la ciudad que dejamos se sumerge en una nueva guerra agosteña de obras urbanas. En la competición se levanta de nuevo el pavimento que se puso hace pocos años, se vuelven a cambiar los modelos de las farolas y los cables de las compañías que controlan las nuevas comunicaciones van tejiendo inexorablemente una trama de nuevas tecnologías que se adueñan del subsuelo y fachadas de la ciudad.
Admitiendo lo insolidario del sentimiento con los pobres ciudadanos que, cada vez más, tienen que sufrir semejante martirio, estarán de acuerdo conmigo sobre lo humano de esta pequeña perversidad. Pero todo pecado arrastra su penitencia, y tan pequeña satisfacción se ve de pronto cercenada cuando a una se le acaban las vacaciones y le toca volver a su ciudad.
Si el trayecto que realizas desde que entras a Valencia y llegas a tu domicilio, pasa por la plaza Portal Nuevo, la plaza inmediata al Puente de San José, este año la indignación y la impotencia ante los responsables de la ciudad, se apoderará de ti, antes de poner siquiera el pie en tu casa.
La guerra urbana de este verano ha perjudicado uno de los lugares más hermosos de esta ciudad. El centro histórico tiene en la plaza del Portal Nuevo, una de sus entradas más bonitas desde extramuros. Con unas discretas edificaciones de finales del siglo XIX, a una parte, y en la otra, el convento de San José, la escala y la urbanización de la plaza son de tal calidad que tienen la cualidad de conseguir algo que parece imposible: que se trasforme en un instante el desagradable y agresivo espacio de la avenida de Guillen de Castro - un río de monótonos y veloces coches- en un lugar. Un lugar con capacidad de rememorar su historia, de comunicar su significado urbano. Su condición es de umbral, recibidor urbano que conecta con la calle Salvador Giner, una calle de bellísima perspectiva cuyo final se sumerge en el corazón del barrio del Carmen.
Esta cualidad de la plaza del Portal Nuevo, su capacidad de ser un lugar, no es producto del azar sino que esta propiciado por una sabia proporción , ordenación y composición de sus formas. En esta composición urbana, el monumento central de columna, sobre el que reposa la imagen del amparo mariano, era un elemento esencial para estructurar y cerrar el espacio de la plaza. Pues bien, algún cerebro cuyas neuronas sólo están ocupadas en dirigir el tráfico rodado ha decidido desplazar el elemento totémico de su lugar central que marcaba el eje vertebrador de la plaza y colocarlo en la acera de Guillem de Castro que linda con el pretil del río. Este desplazamiento ha dejado al monumento convertido en nada, a lo más, un obstáculo visual que desafina ante el caos circulatorio que lo rodea. Y al umbral que servía de transición entre la ciudad histórica y su periferia se le ha robado su capacidad de tamizar el encuentro abriéndole obscenamente la puerta. PASE EL COCHE.
No quiero dar crédito a los rumores que denuncian presiones de la falla Na Jordana para realizar este estropicio. Sabido es que a esta falla se la reconoce como una renovadora formal que siempre ha defendido la vertiente cultural de las populares fiestas falleras, urbanas por excelencia.
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